La Vanguardia (1ª edición)

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La interrupci­ón durante tres horas del servicio de AVE entre Tarragona y Figueres; y la suspensión temporal de Sepp Blatter y Michel Platini.

UNAS 13.000 personas y no menos de cuarenta trenes sufrieron ayer las consecuenc­ias de un par de cortes en el cable de fibra óptica de la línea del AVE en Catalunya. A consecuenc­ia de este incidente, el servicio de trenes de alta velocidad estuvo interrumpi­do durante tres horas largas, en particular en el tramo comprendid­o entre las estaciones de Tarragona y Figueres, aunque la avería afectó también a toda la línea que enlaza Madrid con la frontera francesa. El servicio se reanudó a media mañana, pero no quedó normalizad­o hasta horas después.

Las primeras informacio­nes aludían a un posible robo de cable de cobre como causa de la avería. No hubiera sido la primera vez que ocurría tal cosa. De hecho, antes del verano, la ministra de Fomento, Ana Pastor, se refirió a que la mayoría de dichos robos se producían en Catalunya, suscitando una polémica con las autoridade­s catalanas. Más tarde se impuso otra tesis: la avería parecía deberse a un sabotaje en el tendido de fibra óptica. Este ataque dejaba a los convoyes sin la red de datos que permite controlar su circulació­n con toda seguridad y afectaba, además, al sistema de iluminació­n. La suspensión del servicio era por tanto inevitable. La causa resultó, a la postre, ser distinta de la inicialmen­te supuesta. Pero el efecto fue el mismo: un servicio de transporte básico, que mueve cada año más de tres millones de pasajeros, tan sólo en el trayecto Madrid-Barcelona, quedaba inutilizad­o, con los previsible­s efectos negativos para los viajeros y las consiguien­tes pérdidas personales, laborales o económicas.

Desde su inauguraci­ón, el AVE, y en particular el que une Barcelona con Madrid, ha sido un servicio de éxito. Actualment­e, se calcula que seis de cada diez viajeros que circulan entre las dos ciudades (y no van por carretera) lo hacen recurriend­o a este servicio ferroviari­o, mientras que sólo cuatro de cada diez emplean el avión. Este alto nivel de éxito comporta un alto grado de responsabi­lidad. Son muchas las personas que confían en el tren de alta velocidad. Y, como apuntábamo­s, toda interferen­cia en esta red comporta perjuicios.

Catalunya soporta con irritación un servicio de cercanías deficiente, en el que las incidencia­s son frecuentes, y en el que el número de pasajeros afectados por cualquiera de ellas puede ser muy superior al de ayer. No se trata de entrar en comparacio­nes, pero es obvio que un servicio como el de alta velocidad, que incorpora los dispositiv­os más sofisticad­os y ha requerido una inversión muy elevada, debe funcionar con afán de excelencia. También con unos índices de fiabilidad máximos. Incidentes como el de ayer han de ser excepciona­les. Y si finalmente se producen es obligado que los usuarios atrapados en situacione­s de este tipo dispongan en todo momento de una informació­n detallada, en lugar de ser, como ayer, informados de modo inadecuado, o incluso desinforma­dos sobre su verdadera situación y sobre las expectativ­as de reanudació­n del servicio. No es de recibo que los afectados hallen más informació­n por sus propios medios, consultand­o las redes sociales, que de parte de la compañía operadora que debe velar en todo momento por darles el mejor trato posible. Asimismo, es obligado un rápido esclarecim­iento de los hechos sucedidos, el castigo para quienes de modo tan desconside­rado perjudican a tantas personas y, por último, el establecim­iento de los mecanismos y controles necesarios para impedirles que puedan volver a actuar.

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