El alcalde de Roma, forzado a dimitir por facturar cenas con la familia
Ignazio Marino pierde el apoyo de su partido y de Renzi por los muchos escándalos
El sexo ha destruido muchas carreras políticas en países de alma puritana. La pasión gastronómica, el ansia de comer bien, es un impulso muy italiano que también puede hacer mucho daño a quien detenta el poder. Este ha sido el caso de Ignazio Marino, el alcalde de Roma, que fue forzado a dimitir anoche por haber pagado ágapes privados con fondos municipales y, para más inri, por haberse inventado falsos comensales, incluso extranjeros, que luego lo desmintieron.
Al término de una tumultuosa jornada, con manifestantes frente al Ayuntamiento, Marino arrojó la toalla. Se había obstinado en resistir, con el argumento de no querer dejar otra vez la ciudad en manos de la mafia. Pero sus correligionarios del Partido Demócrata (PD) lo amenazaron con derribarlo mediante una moción de confianza si él mismo no presentaba la renuncia.
La gestión de Marino ha sido un tobogán casi desde que ganó las elecciones, en junio del 2013, con un 63,4% de los votos. La esperanza de que dejara atrás el pésimo mandato de su predecesor, el derechista Gianni Alemanno, se tornó ilusoria. Los pifias y los escándalos se sucedieron. Marino, que ejerció como cirujano de trasplantes en Estados Unidos, nunca fue visto con buenos ojos por su correligionario Matteo Renzi, quien ha movido cielo y tierra para hacerlo caer.
Las facturas de hotel improcedentes ya costaron el cargo a Marino cuando era médico en Pittsburgh. La situación se ha repetido en Roma. Se calcula que, en dos años, el alcalde ha gastado 20.000 euros en almuerzos y cenas de trabajo. El problema es que algunos de estos ágapes fueron con la esposa o con la familia.
El 26 de diciembre del 2013, festi- vidad de san Esteban, Marino pagó con su tarjeta de crédito de alcalde una cena para seis personas en el restaurante Girarrostro Toscano que costó 260 euros. Oficialmente se trató de un encuentro con periodistas para explicarles iniciativas de carácter social. En realidad, según confirmó el restaurante, a Marino lo acompañaba su familia.
Hay otros casos clamorosos como la cena en el local Sapore di Mare –espagueti con langosta– para agasajar a algunos miembros de la Comunidad de San Egidio, grupo católico muy activo en proyectos de paz y en obras sociales. Nunca hubo tal encuentro con el alcalde. Tampoco fueron ciertas –según los interesados– las cenas pagadas por Marino a un representante de la Organización Mundial de la Salud y al embajador de Vietnam.
Estas embarazosas revelaciones colocaron a Marino en una posición insostenible, pero él se empeñó en resistir y ofreció pagar de su bolsillo los 20.000 euros de facturas en restaurantes, una maniobra a todas luces demasiado tardía.
Marino ya pasó apuros cuando se supo que no había pagado multas de tráfico. El momento más crítico se produjo en diciembre del año pasado, al salir a la luz una red mafiosa que, en connivencia con funcionarios y políticos municipales, explotaba diversos negocios, como la gestión de los campamentos gitanos, de los centros para inmigrantes, servicios de jardinería y otros contratos públicos. El alcalde achacó el asunto a las administraciones anteriores –lo cual era bastante cierto– y dijo que fue él quien lo denunció a la fiscalía. Sin embargo, quedó claro que no se había enterado de que la trama mafiosa aún funcionaba.
La figura de Marino sufrió más erosión. El verano pasado disfrutó de unas largas vacaciones en EE.UU. y no se dignó a regresar tras la conmoción por el funeral de cine concedido a un capo mafioso. La penúltima polémica fue con el Papa. Francisco hubo de negar que lo hubiera invitado hace unos días a Filadelfia –como Marino sostuvo– para el Encuentro Mundial de las Familias. Abandonado por los suyos, desahuciado por Renzi, su suerte estaba echada.
El líder municipal ya se tambaleó cuando se descubrió una red mafiosa vinculada al Ayuntamiento