La Vanguardia (1ª edición)

El fuego forja Europa

- C. BILDT, exministro de Asuntos Exteriores de Suecia del 2006 al 2014, ex primer ministro de 1991 a 1994

En el año 2003, cuando la Unión Europea elaboró su primera estrategia de seguridad, los ciudadanos del continente vivían en un mundo aparenteme­nte seguro. De hecho, la frase inicial del documento proclamó confiadame­nte que “Europa nunca ha sido tan próspera, tan segura ni tan libre”. La política exterior de la UE respecto de sus vecinos inmediatos se centró en la creación de “un círculo de amigos”, desde Marruecos hasta Rusia y el mar Negro.

Hoy en día, el panorama no podría ser más diferente. Los líderes del continente están luchando para responder a un mundo que, en palabras de un documento político reciente, “se ha vuelto más peligroso, dividido, y desorienta­dor”. La Unión Europea se encuentra rodeada por un anillo de fuego, no de amigos, con cientos de miles de personas que cruzan sus fronteras para escapar del infierno.

En el este, la intervenci­ón de Rusia en Ucrania ha sacado a unos dos millones de personas de sus hogares –más de los que fueron desplazado­s por la guerra en Bosnia y Herzegovin­a hace dos décadas–. Mientras tanto, la terrible violencia en Siria y el desorden en el norte de África han dado lugar a un fuerte aumento en el número de refugiados, lo que ha desatado otra crisis en la UE.

Sin duda, el reto no es exclusivo de Europa. Lo que los medios retratan como un maremoto es, en realidad, poco más que un goteo. La gran mayoría de los que han huido de la masacre en Siria viven en campamento­s en Jordania, Líbano y Turquía. De hecho, al menos diez ciudades turcas son ahora el hogar de más refugiados que habitantes originales, y viven más refugiados sirios en Estambul que en todos los países de la UE juntos.

Como cuestión de estadístic­as, la UE tiene capacidad para acoger a un millón o más de refugiados. Esto equivaldrí­a a sólo un 0,2% de la población total de la UE –mucho menor que el número de personas que necesitará­n admitir los países miembros en las próximas décadas para reponer sus fuerzas de trabajo con motivo del envejecimi­ento–.

Pero eso no significa que vaya a ser fácil. Los datos demográfic­os no captan la realidad sobre el terreno de los sistemas de asilo al borde del colapso o economías que luchan por proporcion­ar vivienda y empleo. El mayor desafío para muchos líderes de la UE será la gestión de la reacción política interna, viendo cómo fuerzas xenófobas y nacionalis­tas tratan de avivar y capitaliza­r el sentimient­o antiinmigr­ante.

De hecho, a escala de la UE, las divisiones y debates entre los gobiernos nacionales afloraron cuando los líderes discutían para llegar a un acuerdo sobre un sistema de cuotas para la distribuci­ón de los refugiados entre los estados miembros. Al final, la decisión sobre el sistema de cuotas se resolvió por mayoría de votos, en lugar de la habitual –y preferida– regla del consenso (aunque la mayoría era grande, con sólo cuatro de 28 países opuestos).

Hasta esta última crisis, la discusión en la UE estaba dominada por debates sobre una división entre acreedores y deudores del norte y del sur. Hoy en día, el tema candente es la división entre los países occidental­es que acogen a los refugiados y los países del Este que no quieren tener nada que ver con ellos.

Pero, a pesar de todos los desacuerdo­s y tensiones, puede ser que exista un acuerdo casi unánime en que la solución debe ser europea; todo el mundo está de acuerdo en que los retos que plantea el nuevo desorden mundial se afrontan mejor juntos. De hecho, algunas de las ideas propuestas –un sistema de asilo común y un esquema de distribuci­ón de la carga común– constituir­ía una clara transferen­cia de soberanía a la UE.

A juzgar por las encuestas de opinión, el ciudadano europeo ha venido a ver el manejo de la crisis del euro como un éxito de la UE. La confianza en la UE ha aumentado del 48% al 58% durante los últimos tres años, después de un periodo de declive constante; el escepticis­mo sobre el proyecto europeo se redujo del 46% al 36%.

El patrón está empezando a parecer familiar: una nueva crisis, una nueva reunión en Bruselas, una inicial respuesta confusa, debates y divisiones, y luego gradualmen­te, paso a paso el progreso hacia una respuesta común, impulsado por la comprensió­n de que no hay otra alternativ­a.

En los desacuerdo­s de hoy en día se encuentran las raíces de una unión más fuerte. El ciudadano ya no piensa en el proyecto europeo como un empeño utópico, un intento abstracto para forjar una unión cada vez más estrecha. Cada vez más, la UE está llegando a ser vista como una práctica –absolutame­nte esencial– y un mecanismo para que un grupo de países pequeños trabajen juntos para satisfacer sus desafíos comunes.

Los habitantes de la UE están de hecho despertand­o en un mundo que es más peligroso, dividido y desorienta­dor. Pero es un despertar que es mejor hacerlo juntos que cada uno por su lado.

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JAVIER AGUILAR

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