La Vanguardia (1ª edición)

Dios y el amor

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Ala salida de can Cuní, me agradeció el concepto de Dios que yo he defendido y le respondí que leo a González Faus. Se le ilumina la mirada azul. “Admiro a José Ignacio”, me dice en su castellano venido de Polonia, pasado por Italia y salpicado con un incipiente catalán. Aún es monseñor y al hablar de su sacerdocio, la sonrisa traspasa su cara amable, sin ningún atisbo de rencor. Parece feliz. Sabe que pronto acabará esa distinción y el clériman físico que ahora lo delata se convertirá en una huella simbólica, obligada a esconderse en el armario de la prohibició­n. Pero ha pisado tierra firme, se siente liberado de sus dudas y sus miedos, y ha dicho adiós a esos territorio­s hoscos donde debía vivir su sacerdocio odiando su condición sexual. Es decir, odiándose a sí mismo.

Es Krzysztof Charamsa, sacerdote polaco, miembro de la Congregaci­ón para la Doctrina de la Fe, profesor de las universida­des pontificia­s y, desde hace días, el hombre que ha sacudido los cimientos del Vaticano admitiendo su condición homosexual y presentand­o a Eduard Planas, su compañero sentimenta­l. Acompañado de la Glo-

Monseñor Charamsa ha hecho un alarmante aviso: el papa Francisco sufre boicot en el propio Vaticano

bal Network of Rainbow Catholics, la asociación que agrupa a los homosexual­es católicos, monseñor Charamsa gritó su verdad al mundo: el celibato es inhumano y la Iglesia católica es homófoba. La Iglesia o, más bien, la jerarquía que vela por el dogma, a menudo muy alejada del mensaje de Jesús. Y por el camino ha dejado caer un alarmante aviso: el papa Francisco sufre boicot en el propio Vaticano. “Está solo”, sentencia, mientras explica como las iniciativa­s del Papa son permanente­mente frenadas en el seno de la Congregaci­ón. Él lo ha vivido, lo ha sufrido, y ahora lo explica.

Más allá de su recorrido personal y del infierno de complejos, miedos y autoodio que ha sufrido a lo largo de su vida, hasta conseguir conciliar su condición sexual y su fe religiosa, el testimonio de monseñor Charamsa plantea un debate extraordin­ario sobre el legado de Jesús y la propia concepción de Dios. Desde la perspectiv­a del creyente –e incluso del no creyente, porque incide directamen­te en la salud moral de la sociedad–, ¿es imaginable una idea de Dios confrontad­a con la sexualidad, el placer y el amor? Es decir, si Dios existe, ¿de quién está más cerca, de quien se ama y ama a otro ser humano, o de quien prohíbe según qué tipo de amor, encarcelad­o en el prejuicio y la inflexibil­idad? ¿Más cerca de amar o de prohibir? ¿No es Jesús la metáfora universal del amor? Y ¿quién está más preparado para difundir su mensaje, quien sabe amar o quien le dice al prójimo que su forma de amar es indecente? Personalme­nte, desde mi condición de no creyente enamorada de la luz de muchos creyentes, monseñor Charamsa me acerca a Dios. Quienes, en cambio, ensucian su condición y lo señalan con el dedo de la culpa, me alejan de Dios, porque ese Dios no es un Dios de amor, sino de odio.

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Pilar Rahola

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