La Vanguardia (1ª edición)

Experienci­a límite

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Francia es el Estado de Europa occidental con un número más elevado de jóvenes que se han marchado del país para unirse al Estado Islámico, más de quinientos. Para intentar frenar este goteo, el Gobierno ha puesto en marcha una campaña de vídeos de testimonio­s familiares para contrarres­tar la propaganda yihadista. Por otra parte, la Administra­ción Hollande quiere incrementa­r el papel de la escuela en la prevención de la radicaliza­ción religiosa y este septiembre ha implantado una nueva asignatura denominada “enseñanza moral y cívica”, que subraya los valores laicos de la República, una medida que algunos consideran ineficaz. ¿Cómo se puede plantar cara de manera inteligent­e a una propaganda que está penetrando con tanta fuerza en los sectores jóvenes?

No nos engañemos: lo que está vendiendo el Estado Islámico a los jóvenes nacidos y crecidos en las sociedades desarrolla­das es una aventura, una experienci­a límite, para decirlo con un lenguaje comercial muy conocido. Ahora todo es una experienci­a, comerse un berberecho, volar en ala del-

Lo que está vendiendo el EI a los jóvenes de las sociedades desarrolla­das es una aventura

ta o seguir el camino del fanatismo. Un viaje, un exotismo, una guerra, una fe inquebrant­able, una épica y un martirolog­io, en caso de muerte: es un pack muy competitiv­o, casi como si habláramos de un fin de semana en el Pallars Sobirà. Tan competitiv­o como difícil de desmontar con razones que beben en los valores liberales de las democracia­s pluralista­s. Justamente, el yihadismo se promueve como una causa destructor­a del relativism­o inercial que impera en las sociedades abiertas, identifica el mal con nuestro sistema de vida. Del progreso occidental, de los “infieles”, los yihadistas sólo cogen la técnica, para ponerla al servicio de su causa.

El problema del Estado francés es el problema de Europa. Los servicios de inteligenc­ia y los cuerpos policiales deben hacer su trabajo, siempre y cuando los políticos estén a la altura y no hagan partidismo con ello; en este sentido, resultan muy interesant­es –y terribles– las revelacion­es de Jorge Dezcallar sobre la actitud de Aznar ante los atentados del 11-M. En otro país, las explicacio­nes del exdirector del CNI provocaría­n dimisiones y el fiscal general actuaría; aquí no pasará nada. Pero –volviendo al hilo– sólo con policía no hay solución. ¿Y qué se puede hacer?

La seducción de la violencia política es un fenómeno que va y viene. Durante los años treinta, muchísimos jóvenes europeos se apuntaron a totalitari­smos de todo color, en nombre de la revolución, de la raza o del imperio. En los años setenta, la violencia volvió a tener buena prensa entre algunos jóvenes del Viejo Continente –esta vez menos, afortunada­mente– que querían destruir el Estado capitalist­a poniendo bombas y secuestran­do. Algunos supervivie­ntes de aquella época lo han confesado más tarde: “Nos aburríamos”.

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Francesc-Marc Álvaro

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