Del yo al nosotros
Hayford, un joven del pueblo de Kenyasi (Ghana), buscaba delante de mi grabadora las palabras justas para explicar una experiencia que le entusiasmaba. Hablábamos del funcionamiento del Comité de Desarrollo Sostenible (CDS) de su pueblo: una asamblea donde se presentan, discuten y priorizan proyectos comunitarios. Los proyectos priorizados serán financiados por una oenegé que depende de una empresa minera que opera en el territorio. Hayford constataba que en algunas reuniones del CDS, una persona había presentado su proyecto y, aunque no se lo habían priorizado, había salido contenta y adhiriéndose a otro proyecto. Su proyecto no había sido descalificado de entrada y la comunidad había intentado incorporar su interés en el proyecto que se priorizaba. Porque todo el mundo había sido escuchado de verdad, el proyecto escogido sería de la comunidad y serviría al desarrollo de la misma. No sería un “elefante blanco” que sólo unos pocos se lo han hecho suyo, y que nadie acaba utilizando. Así pues, a veces en las asambleas del CDS de Kenyasi entran un grupo de yos con proyectos particulares y sale un nosotros con un proyecto comunitario.
Esta transición “del yo al nosotros” (Ramon Valls Plana) se ha teorizado de muchas maneras. En la Europa moderna parece haber triunfado el relato de la mano invisible: la sociedad es la yuxtaposición de individuos con intereses particulares, pero la mano invisible del mercado competitivo combina estos intereses por producir el máximo bienestar colectivo. Con el paso de los años, este relato ha funcionado más o menos bien en la esfera económica. Pero nos ha hecho olvidar que en la realidad de la economía también hay cooperación, y que sería mejor que hubiera más. El problema añadido es que la mentalidad individualista contenida en este relato se contagia en otras esferas de la vida social (comunidad o política), donde procesos diversos de construcción del nosotros son necesarios: por ejemplo, procesos que incluyen la transformación –y no la combinación– de los intereses individuales. La experiencia de los CDS de Ghana nos lleva a preguntarnos qué espacios de deliberación pueblan nuestro tejido económico, político y ciudadano, y si ocurren procesos similares de construcción del nosotro”: donde el yo y sus proyectos particulares son escuchados y acogidos, y donde gracias al diálogo los intereses individuales se transforman en proyecto compartido.