Vidas ricas
Jonathan Franzen publica un artículo en el Book Review de The New York Times sobre cómo la tecnología nos aísla. En el mismo suplemento, Tim Parks publica otra pieza en la que nos presenta la idea contraria: que la tecnología nos obliga a ser parte de un sistema y nos roba la soledad necesaria para pensar y ser.
Estos dos artículos tienen en común que no ven ninguna solución más allá de la toma de conciencia de la necesidad de resistirse al aparatejo de preferencia. Se trata de un gesto reflexivo que, ambos admiten, sólo está al alcance de las clases acomodadas con acceso a una educación de calidad. Sólo los padres de familias de clase media-alta tienen tiempo y energía para imponer espacios de conversación, pongamos, a la hora de cena. Esta idea es recurrente en los artículos que nos exhortan a llevar una vida virtuosa.
En el Sunday Review (de The New York Times del mismo día) hay un artículo que hurga en la ineficiencia del reciclaje. También se afirma que el reciclaje es mucho más común en los barrios acomodados de Nueva York, mientras que en las barriadas Harlem y el Bronx, los más pobres “no tienen tiempo” de separar la basura. También se ha convertido en un tópico la idea de que los mejores padres son los que leen mucha literatura pedagógica, no tanto porque los libros sean muy instructivos, sino porque la preocupación de comprarlos es paralela a la de educar correctamente. Este hábito también es lujo, suele argumentarse. Lo mismo se puede decir de la participación política: los más informados, que acostumbran a tener un buen nivel de vida, también votan más y participan más de la sociedad civil. Dinero y educación también hacen más normal cualquier navegación burocrática eficaz. O ir a museos, o hacer uso de bibliotecas públicas.
“Fumar y estar gordo es de pobres”, me dijo un día una socióloga brasileña. Y, al menos en Nueva York, es cierto que comer sano, hacer deporte y no fumar es cosa de ricos y que es en Harlem donde hay más obesos y en Williamsburg –el barrio de los hipsters– donde la gente es guapa, delgada y atlética. Etcétera.
En resumidas cuentas, la vida de rico de hoy es bastante contenida. Implica resistirse a la tentación de la pantalla del móvil, cerrar el Facebook, callar en Twitter, silenciar el Whatsapp, mantener conversaciones pedagógicas con los hijos, encontrar tiempo para leer y visitar museos, separar los envases de la materia orgánica, comer sobre todo verduras y pescado, ir al gimnasio, comprar en tiendas de comercio justo, ecológico y de proximidad, no fumar ni beber en exceso, sufrir la prensa, torear pacientemente a los funcionarios y votar religiosamente con una pinza en la nariz.
La vida es un cálculo entre necesidad, placer y virtud extremadamente frágil y a menudo ridículo. Que los que pueden lleven estas vidas contenidas, de placeres pequeños y virtudes litúrgicas, debe suponerles cierta tranquilidad, anestesia de angustias y culpas, pero quizás al precio de no vivir exactamente nada.
La vida es un cálculo entre necesidad, placer y virtud extremadamente frágil y a menudo ridículo