La Vanguardia (1ª edición)

El hotel de Gaga

‘American horror story’ y la cantante pop unen fuerzas en su temporada más experiment­al

- PERE SOLÀ GIMFERRER Barcelona

En la canción de Bad romance, Lady Gaga pedía drama, enfermedad, fealdad, quería amor y quería venganza, y ahora puede tenerlo todo. Los guionistas Ryan Murphy y Brad Falchuk le propusiero­n protagoniz­ar la nueva temporada de American horror story, que cada año se reinventa y este se titula Hotel, y los espectador­es podrán entender esta madrugada el porqué. Su escena de presentaci­ón, que el canal FOX emitirá a partir de las 1.49 h, deja claro que los creadores escucharon sus palabras. Ella se hace esperar veintisiet­e minutos pero, cuando aparece, tiene todo el exceso a su disposició­n. Esnifa cocaína con su amante y se desata en una orgía carnal que, para culminar, acaba en un baño de sangre. Puede que no suplique el amor de nadie como en su canción, pero sólo porque aquí ella es el romance maldito y los demás son las presas.

El reto de Lady Gaga no es fácil. Es el principal reclamo de esta quinta temporada desde que Jessica Lange comunicó que no seguiría vinculada a la serie (ya había robado demasiadas escenas y premios), y no debe de ser muy cómodo tener que sustituir a un monstruo de la interpreta­ción cuando apenas se ha ejercido de actriz. Pero parece que Murphy entiende la nueva musa de Tom Ford y le ha escrito un papel a medida. En el fondo, son el mismo perfil de artista. Él concibe sus series como obras totales donde el exceso se traduce en los diálogos, los planos, la iluminació­n, el vestuario y el argumento, y ella entiende su música de la misma manera, componiend­o a la vez que controla las coreografí­as, los vídeos, cada aparición y su armario. Lady Gaga quiere ser arte y Murphy la trata como una escultura más que como una actriz, convirtién­dola en la versión contemporá­nea de Miriam Blaylock, la atractiva vampiresa que Catherine Deneuve inmortaliz­ó en El ansia.

En este hotel del terror Lady Gaga es la Condesa, una inquilina perpetua que asesina con su dedo afilado y que siente la necesidad de atraer a sus presas, como Matt Bomer ( Big Mike XXL), que entra en sus juegos sanguinari­os, o una Angela Bassett que en la vida real pa-

rece haber hecho un pacto con el diablo (o con el mejor cirujano de Los Ángeles). Su personaje asume la sexualidad como algo que fluye, como hace ella misma. ¿Y su enemigo potencial? Un detective interpreta­do por Wes Bentley ( American beauty), que persigue a un psicópata que podría pertenecer al David Fincher de Seven pero con el sentido estético tan mórbido del Hannibal televisivo, y que acaba alojado en el hotel.

Pero la trama no parece ser el objetivo de unos creadores obsesionad­os con las formas, con los conceptos absolutos y con transmitir una atmósfera anclada en los ochenta. Por suerte para ellos, no les faltan rostros conocidos y válidos que quieran repetir en sus experiment­os, como Kathy Bates, un travestido Denis O’Hare y Sarah Paulson, que se confirma como la verdadera heredera de Lange en la piel de Sally, una mujer desesperad­a por el amor de los hombres y cómplice de las atrocidade­s. Y, como todos los clientes del hotel, Sally vive bajo el influjo de una Lady Gaga que, como indica la crítica americana, pierde puntos cuanto más habla y los gana cuando se comporta como la escultura en movimiento que es.

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