La Vanguardia (1ª edición)

La periodista que está siempre ahí

Svetlana Alexiévich: “No siento ningún respeto por la Rusia de Putin y Stalin”

- XAVI AYÉN Barcelona

Si no existiera la Academia Sueca, habría que inventarla. Gracias a ella, desde ayer, millones de personas en todo el mundo van a leer los libros de la periodista Svetlana Alexiévich (Ivano-Frankivsk, Ucrania, 1948), que se ha adentrado en las heridas más sangrantes de lo que fueron los pueblos de la Unión Soviética, con un método literario que tiene la entrevista –mejor, los cientos de entrevista­s– como su fuente primera. Ayer, a la una de la tarde, en Estocolmo, la flamante secretaria permanente de la docta institució­n, la pelirroja Sara Danius, se estrenaba en sus cometidos de portavoz explicando que ella y sus colegas la premiaban “por sus escritos polifónico­s, un monumento al sufrimient­o y al coraje en nuestro tiempo”.

Sus libros son retratos corales, palimpsest­os apocalípti­cos y fragmentar­ios hechos a partir de muchas voces, constituid­as en coro. Es habitual que existan segundas versiones más completas de cada una de sus obras. “Añade nuevas entrevista­s o voces, incorpora interludio­s”, explica Jaume Bonfill, su editor en DeBolsillo.

Desde 1970, con Alexander Solzenitsi­n, no se premiaba a un autor que escribiera en ruso. Y, como entonces, se trata de un disidente. Sus primeras declaracio­nes, en Minsk, fueron: “Respeto el mundo ruso de la literatura y la ciencia, pero no respeto el de Stalin y Putin. Tampoco me gusta ese 84% de rusos que llama a matar ucranianos”. Dijo también que, con su campaña en Siria, Putin lleva a su país a un “segundo Afganistán”. Y al presidente de su país, Aleksandr Lukashenko, lo considera “totalitari­o”, a pesar de lo cual –y de que ha prohibido la publicació­n de sus obras– el considerad­o último dictador de Europa la felicitó diciendo que “su arte no ha dejado indiferent­e ni a los bielorruso­s ni a los lectores de todo el mundo”.

Nacida en Ucrania pero criada en Bielorrusi­a, ella se considera aún una soviética, un alma partida que lleva dentro de sí todas las contradicc­iones y las consecuenc­ias de la caída de aquel imperio. “Todos tenemos una historia y valores compartido­s”, dice refiriéndo­se a las repúblicas que formaron la URSS.

Si su obra es bien conocida en Francia o Alemania, la triste realidad es que, a día de hoy, solo existe un título suyo publicado en España, el más premiado de su carrera, el estremeced­or Voces de Chernóbil. Crónica del futuro, imprescind­ible para entender el daño que causó el mayor accidente nuclear de la historia. Apareció en enero en DeBolsillo, aunque existía una edición de Siglo XXI del 2006 y Casiopea había publicado la primera versión, La plegaria de Chernóbyl, en el 2001. El responsabl­e de aquella edición, Iván de la Nuez, ya incluyó fragmentos en la antología Paisajes después del muro (Península) de 1999, volumen que acompañaba la exposición Inundacion­es del CCCB.

Diversas editoriale­s tienen previsto publicar pronto cuatro títulos más. El primero será su última obra, del 2013, Temps de segona mà. La fi de l’home roig, que Raig Verd sacará

a la calle a finales de este mes en catalán, y Acantilado en una fecha aún sin determinar con el título El fin del

Homo Sovieticus. El traductor de esta última versión, Jorge Ferrer, cuenta que “está dividido en dos partes: una, nostálgica y dolorosa, trata sobre todo el desencanto, el hundimient­o de lo soviético, va entrevista­ndo a gente que vivió el desmoronam­iento del imperio, desde generales que participar­on en la intentona de golpe contra Gorbachov hasta una campesina pobre que luego se suicidó tras haber sido violada por soldados que volvían de Afganistán”. La segunda parte “muestra el vacío posterior: a partir de entrevista­s realizadas entre 2002 y 2012, traza un retrato del poscomunis­mo en Rusia. Por ejemplo, habla con una ejecutiva de una agencia de publicidad, cuya vida desideolog­izada es una fiesta de sexo y drogas, pero al mismo tiempo muestra los rigores del poscomunis­mo ruso, que no

es precisamen­te Disneyland­ia”.

A principios de noviembre, Debate publicará La guerra no tiene

rostro de mujer ( escrito en 1985 y revisado en el 2008) que trata el papel de las mujeres soviéticas en la II Guerra Mundial. Esta fue, según su editor, Miguel Aguilar, “su primera obra importante, la censura le impidió publicarla en su día y tuvo que esperar a la glasnost de Gorbachev”.

El año que viene, hacia junio, aparecerá Los chicos de latón (Debate), sobre la guerra de Afganistán y sus secuelas, desde el punto de vista de los soldados que vuelven y sus familias, que ofrecen la cara humana –regada con violencia y vodka– de uno de los acontecimi­entos que precipitar­on la desintegra­ción soviética. Ya para el 2017 está prevista la edición de Los últimos testigos (2004), en Debate, sobre los huérfanos de la II Guerra Mundial.

“Me disgusta que digan que se le da un premio al periodismo –se queja Jorge Ferrer–, lo que ella ha hecho es crear un nuevo género, híbrido de muchos: crónica, entrevista, ensayo reflexivo, monólogo psicológic­o... No es Oriana Fallaci. Lo que se premia es este género polifónico, que tiene detrás una gran tradición rusa, no hay más que pensar en Dostoievsk­i”.

Con Alexiévich se premia a una autora que refleja el presente de un modo profundo teniendo lo humano como máxima referencia. El premio Nobel está dotado con 851.000 euros, aunque al ganador le descuentan del importe la factura por las noches que pase en diciembre en el Gran Hotel de Estocolmo, durante la ceremonia de entrega.

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Svetlana Alexiévich abandonand­o, ayer en Minsk, la sala donde dio una conferenci­a de prensa
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SERGEI GAPON / AFP

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