La Vanguardia (1ª edición)

Anatomía de un titular

- Sergi Pàmies

Titular extraordin­ario de La Vanguardia de anteayer: “El juez retira el pasaporte a Rato pero podrá viajar a Suiza”. La brevedad del texto desnuda la noticia y deja el lector a la intemperie de interpreta­ciones inapelable­s. Las razones por las cuales le han retirado el pasaporte a Rodrigo Rato y no el DNI se explican pero no convencen. En la España moderna, constituci­onal y democrátic­a, el esfuerzo por intentar que la justicia sea igual para todos acumula tantos escándalos que eleva la indecencia de las excepcione­s a categoría de obra de arte. De paso, también legitima los radicalism­os reactivos más incontrola­bles.

Para reciclar la indignació­n particular en algo mínimament­e útil, sólo tenemos que imaginarno­s en una situación parecida, de presunto fraude fiscal y blanqueo de dinero, y calibrar qué trato recibiríam­os. ¿Podríamos viajar a Suiza para cambiar de aires? Rato entrando y saliendo de Suiza sin pasaporte con la misma frecuencia con la que entra y sale de declarar ante el juez conforma una secuencia de gran valor simbólico. Es inútil resistirse a la tentación de la blasfemia y la simplifica­ción. Casi tanto como intentar entender los matices de la noticia y situarse en un hipotético papel de, nunca mejor dicho, abogado del diablo. Puestos a relativiza­r las apariencia­s, incluso podríamos sentir la tentación de inclinarno­s por interpreta­ciones conspirano­icas, como cuando Dominique Strauss-Kahn se autodestru­yó con un episodio que jugaba de un modo perverso con la frontera entre realidad y verosimili­tud, alta política y

Frente a muchas noticias, la actualidad a menudo nos exige opiniones inmediatas de apoyo o de repulsa

miseria humana.

Frente a muchas noticias, la inercia de la actualidad a menudo nos exige opiniones inmediatas de apoyo o de repulsa. Y, con la misma frecuencia, acabamos sospechand­o que, en vez de opinar, nos apetece más constatar nuestro devastado, perplejo o impotente estado de ánimo. El hiperexpri­mido aforista Georg Christop Lichtenber­g afirmaba que nada contribuye tanto a la paz del alma como no tener ninguna opinión. Es una verdad que, pese a haber sido escrita en el siglo XVIII, mantiene toda su proteína moral. En la actualidad, la afirmación contrasta con la libre circulació­n de opiniones y cierta pérdida de control de la credibilid­ad, el rigor o el interés de los que, industrial o artesanalm­ente, las fabrican. El aforismo incluye una paradoja: subraya el ideal de la ausencia de opiniones como una opinión e insinúa que tener opiniones nos aleja de la paz del alma. Muchos de los que en mayor o menor medida vivimos de expresarno­s públicamen­te preferimos renunciar a la paz del alma. El problema es que, ante la rotundidad de según qué noticias, tener opinión resulta innecesari­o. Te puedes permitir el lujo de sumergirte en el efecto que produce releer al titular con voluntad contemplat­iva: “El juez retira el pasaporte a Rato pero podrá ir a Suiza”, sin añadir ningún comentario, dejando que todas las neuronas asuman la literalida­d de la frase.

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