Viaje a la vanguardia a todo color
La Fundación Mapfre inaugura su nueva sala en Barcelona con las obras maestras del Museo de Orsay de París
Serán sólo unos meses, pero la presencia de las obras maestras del Musée d’Orsay y l’Orangerie de París en Barcelona reúne todos los elementos de las ocasiones excepcionales. La embajada está integrada por nombres como Van Gogh, Gauguin, Seurat, Toulouse-Lautrec, Cézanne, Derain, Valloton, Matisse o Picasso y vienen a contarnos, en primera persona y a todo color, el feliz viaje del impresionismo a la vanguardia. El triunfo del color, que así se titula la espléndida muestra, es también la tarjeta de presentación de la Fundación Mapfre en Barcelona, que el sábado abre al público las puertas de su nuevo centro de exposiciones en la Casa Garriga Nogués, la antigua sede de la Fundació Godia (Diputació, 250).
El triunfo del color (hasta el 10 de enero del 2016) reúne en el edificio modernista más de setenta obras, algunas de las cuales, como El Talismán de Sérusier o o las Mujeres de Tahití de Gauguin, difícilmente pueden contemplarse fuera de los museos parisinos. Vistas una a una el disfrute está asegurado; juntas componen la crónica de un mo- mento apasionante de la historia del arte, finales del siglo XIX, en el que la pintura comienza a emanciparse de las ataduras formales e ideológicas para abrir una puerta tras la cual ya nada será lo mismo. Del impresionismo a la vanguardia a través del color. Esta es la tesis que los comisarios Guy Cogeval y Pablo Jiménez Burillo, director del área de Cultura de Mapfre, despliegan en las dos plantas del edifi- cio modernista. Todo parte de las investigaciones científicas llevadas a cabo por un químico, MichelEugène Chevreul, que sirvieron de base a los neoimpresionistas, encabezados por Seurat, que consistía en yuxtaponer puntos de colores primarios o complementarios con el fin de intensificar su brillo y la solidez de los tonos, de tal manera que los colores en lugar de unirse en la paleta lo hicieran en los ojos del espectador. “El invento no salió bien del todo”, apunta Jiménez Burillo, “pero eso es lo que encuentra Van Gogh cuando se instala en París, en 1886, en casa de su hermano Theo”. Abandona la paleta oscura y emprende la revolución del color. Ahí está la enigmática mirada de su autorretrato, con traje y pajarita, sin el sombrero de paja con el que se había visto a sí mismo ese mismo año: el campesino es ya un pintor. “Empieza a hacer una pintura colorista, conoce la pincelada científica, ordenada, racional, e intenta ser disciplinado, , pero le puede la pasión”, añade el comisario. “El color expresa algo por él mismo, y hay que utilizarlo”, escribe a su hermano.
Dejamos atrás a Pissarro, a Signac, a Toulouse-Lautrec, que empieza a simplificar las formas y utilizar colores planos. La siguiente parada nos lleva a Pont-Aven, en la Bretaña francesa, refugio de artistas que huyen de un París en el que apenas pueden sobrevivir y buscan una convivencia más armónica con la naturaleza. Paisajes, campesinas trabajando, desnudas al borde de un río o recostadas en el bosque. Aquí el protagonista es Gauguin , “el gran escapista”, con obras excepcionales, como Marine avec vache, donde, ya sin complejos, hace uso de colores planos, arbitrarios... que preconizan ese camino hacia la abstracción que culminará, en la última sala, con Monet, confortablemente rodeado de un Picasso ( Nu sur fond rou
ge), las Mujeres de Tahití de Gauguin o la Odalisca con bombachos rojos de Matisse.
Pero antes de llegar ahí aún hay otra parada obligada, la dedicada a los nabis (Bonnard, Denis, Maillol, Redon, Valloton...), y su Talismán (Sérusier), un paisaje construido mediante la yuxtaposición de colores puros que se convirtió en estandarte de unos pintores que se proclamaban a sí mismos como profetas. “Es una pintura decorativa con fines sociales, pensada para que la gente fuera feliz, que conviviera con ella e hiciera su existencia más agradable y feliz. No son trascendentales pero sí generosos y divertidos, con mucho sentido del humor. Su objetivo era llenar la vida de colores”, resume el comisario, para quien era importante que esta primera exposición de Mapfre en Barcelona –ha sido concebida para la capital catalana y no viajará a ningún otro punto– acercara a la ciudad las pinturas que seguramente vieron Casas, Rusiñol o Nonell en París.
Para Jiménez Burillo, la exposición no sólo está concebida para entender mejor un periodo de la historia del arte, sino también para “disfrutar de la pintura. El arte nos tiene que ser útil y en esta exposición se puede ver cómo en un momento complejo de la historia, con el cambio de siglo, muchos encontraron consuelo en la pintura”.
El triunfo del color reúne obras maestras de Van Gogh, Gauguin, Cézanne, Matisse o Picasso