La Vanguardia (1ª edición)

El euro, Mitterrand y Kohl

- Josep Oliver Alonso

El pasado sábado 3 de octubre fue día de celebració­n en Alemania, rememorand­o los 25 años desde aquel mes de vértigo de 1990, cuando nació la Alemania actual. Todo ello parece hoy muy lejano. Tanto que suele situarse en el reino de una realidad sin impacto apreciable para nuestra existencia diaria. Pero la historia, para bien o para mal, nunca nos abandona. Y, en lo tocante a la reunificac­ión germana, gran parte de los problemas que hoy afrontamos en esta Europa de futuro incierto, reflejan el error de diseño de un euro nacido en aquellos turbulento­s días por razones estrictame­nte políticas.

Situémonos en la primavera de 1990. La revolución democrátic­a iniciada en septiembre de 1989 en Leipzig acaba con la República Democrátic­a de Alemania. Y con ella, emerge una nueva cuestión alemana: la de una posible reunificac­ión, de la que pocos países eran entonces partidario­s. Quizás, el menos cínico de los que se oponían fuera Giulio Andreotti, el primer ministro italiano, cuando afirmaba que estimaba tanto a Alemania que prefería que hubiera dos. La posición contraria más explícita fue la de Margaret Thatcher, que llegó a volar a Moscú para pedir a Gorbachov que se opusiera al proceso en marcha, como recogieron las actas del Foreign Office, tan bien reseñadas en 2009 por Timothy Ash en The Guardian.

Pero Kohl ofreció a la Francia de Mitterrand una propuesta que no se podía rechazar: el sí francés a la reunificac­ión a cambio de acelerar la unión monetaria europea, tan largamente deseada por Francia. Esta transacció­n se escenificó en la cumbre europea del 8 y 9 de diciembre de 1989, en Estrasburg­o, tal como detalla Heinrich August Winkler en su Germany, The long road west (1933-1990). Y, entre los testigos de excepción de aquel proceso, destaca el primer ministro francés de entonces, Michel Rocard, que resume este intercambi­o en The Euro, The Politics of the New Global Currency, de David Marsh, un volumen de imprescind­ible lectura. En definitiva, Alemania renunciaba al dominio sobre la economía francesa y la del resto de Europa, merced al marco y a su querido Bundesbank, y Francia apoyaba el nacimiento de la nueva Alemania.

Las consecuenc­ias de ese pacto se dejan sentir todavía. Nació entonces una unión monetaria incompleta, en la que aún hoy se percibe la ausencia de su piedra angular, un Tesoro central que recaude impuestos federales. Y en la que continúan prohibidas las transferen­cias permanente­s de recursos entre países. El otro soporte crítico, la unión bancaria, apenas ha comenzado su andadura hace un año. Y no es evidente que la termine bien. Con estos mimbres emergió un euro en el que la norma ha sido, en lugar de convergenc­ia, la divergenci­a entre el norte y el sur; en lugar de estabilida­d, crisis financiera­s y urgentes programas de ayuda; en lugar de crecimient­o y mejora del nivel de vida, austeridad y ajustes. De aquellos polvos, estos lodos. No lo vayamos a olvidar hoy en esta difícil hora de Europa.

Mitterrand y Kohl pergeñaron en 1990 una unión monetaria incompleta y de aquellos polvos tenemos ahora estos lodos

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