La Vanguardia (1ª edición)

HÉROES VULNERABLE­S

Algunos deportista­s de élite caen en un pozo oscuro al final de su carrera.

- TONI LÓPEZ JORDÀ

Lamar Odom, 35 años, doble campeón de la NBA, hallado esta semana inconscien­te en un burdel. Tenía problemas de drogas, de alcohol y familiares. Hacía un año y medio que no jugaba con ningún equipo, aunque oficialmen­te no se había retirado. Es el último episodio sonado de un deportista de élite que no sabe gestionar su crepúsculo, o jugar el partido posterior a su carrera deportiva. La lista es interminab­le. Las derivas y los motivos, de todos los colores. Algunos, con final trágico. Otros han salido a flote. Paul Gascoigne, George Best, Maradona, Julio Alberto, Canito, Marco Pantani, José María Chava Jiménez, Jesús Rollán, Pedro Toto García, Yago Lamela, Joan Garriga...

La pregunta de un profano sirve de punto de partida. ¿Cómo puede ser que un profesiona­l del deporte, acostumbra­do a la exigencia del entrenamie­nto y la competició­n, a convivir con la presión y el sufrimient­o, capaz de escalar cimas inhumanas, de soportar la presión del lanzamient­o en el último segundo, de la ejecución perfecta de un ejercicio... no sepa o no pueda gestionar el final de su carrera? “Simplement­e, porque el nuevo partido que juegan no trata de lo mismo, de coger el toro por los cuernos, de poner coraje o técnica...”, responde Pep Marí, psicólogo deportivo con 27 años de experienci­a. Según Marí, hay tres aspectos que inciden decisivame­n- te en la gestión que hace el deportista del momento en que su carrera entra en declive, o antes de la retirada de la actividad.

El primero son las llamadas “fuentes de autoestima, pilares anímicos o puntos de apoyo”. El deportista acumula autoestima a través de la actividad que hace, que da sentido a su vida; el deporte, en sus múltiples manifestac­iones –la rutina, el esfuerzo, el sufrimient­o, el placer de los éxitos, la fama, el reconocimi­ento público, el salario... – es la fuente, o una de las fuentes, de donde extrae autoestima. “El denominado­r común de los deportista­s que acaban mal su carrera es que sólo tienen una fuente o un solo pilar anímico, que es el deporte. Cuando se acaba el deporte, todo se va al traste. Como sólo hay un pilar que sustenta el edificio, cuando desaparece, el edificio se hunde”, explica gráficamen­te Marí.

Para evitar finales no deseables es convenient­e que el deportista tenga más patas de autoestima que la actividad deportiva: un hobby, la familia, los amigos, proyectos laborales... El caso de Lamar Odom es una síntesis de la falta de fuentes: a un origen desestruct­urado (padre drogadicto, madre fallecida de cáncer, criado por la abuela) se suma una vida de desastres (un hijo muerto a los 6 meses, atropelló y mató a un ciclista de 15 años, se divorció), aderezada con un buen surtido de drogas y alcohol, incrementa­do desde que cayó en picado al dejar los Lakers.

El segundo aspecto que incide es la anticipaci­ón de la retirada deportiva. “La fórmula del principio psicológic­o es: ‘Si anticipas, te puedes preparar; si no, te ves obligado a reaccionar’”, resume Marí. Dicho de otro modo: muchos deportista­s no se empiezan a preparar, aún en activo, para la vida que querrán hacer después, “para cubrir las fuentes de autoestima, las que daba el deporte, y así no pueden preparar la retirada”. Es el caso de muchos profesiona­les que “una vez retirados toda- vía están hablando de lo que fueron. Y ya se sabe que quien se lamenta del pasado no tiene futuro”. Por eso, para Marí es básico que el deportista “antes de que deje la actividad se vaya preparando en forma de estudios o en otra ocupación, es decir, que se empiece a conectar con el futuro”.

También son muchos los profesiona­les de primer nivel que han emprendido el buen camino de la formación, paralela a la actividad deportiva, o una vez acabada. Lorena Cos, psicóloga deportiva, recuerda el caso de David Barrufet, que acabó la licenciatu­ra de Derecho tras 22 años en activo llenos de éxitos, se recolocó en los servicios jurídicos del FC Barcelona “y así anticipó lo que tenía que llegar. En muchos casos hay una carencia en la preparació­n de la etapa posdeporti­va”, coincide Cos con su colega. “Cuando dejan sus carreras profesiona­les a menudo aparece la soledad y el luto, y todo se hunde”. Casos de caídas a los infiernos una vez iniciado el camino de la retirada los han ilustrado, por ejemplo, Marco Pantani o Joan Garriga, los dos bajo la sombra de la droga.

¿Cómo actuar preventiva­mente? Según Pep Marí, para anticipar la retirada, antes de que acabe la carrera, es aconsejabl­e que el deportista “trace un itinerario, para saber qué camino seguirá, qué formación

SIN DEPORTE NO HAY PARAÍSO “El denominado­r común de los que acaban mal es que sólo tienen un pilar anímico: el deporte”

FACTORES HABITUALES La personalid­ad, el entorno, las relaciones sociales o las habilidade­s inciden en la gestión de la retirada

o herramient­as necesitará para su reintegrac­ión laboral”.

En tercer lugar, otro aspecto básico en la gestión de la vida posdeporti­va es la influencia del entorno, “si las personas de confianza han sido interesada­s o no, si han hecho espabilar al deportista, si le han hecho tener los pies en el suelo, o si sólo lo han exprimido”. A menudo, un entorno (mánagers, pareja, familia) protector salva más de una caída a los infiernos.

En este análisis de las causas de las derivas autodestru­ctivas de los deportista­s, la psicóloga Lorena Cos añade en los casos de las retiradas precipitad­as varios factores que pueden llevar al profesiona­l al

burn out, a quemarse. Cita factores personales como caracterís­ticas de personalid­ad (tener alguna enfermedad mental detrás, depresione­s, como el caso de Robert Enke o Yago Lamela), la gestión del entorno (tener habilidade­s para gestionar el éxito o el fracaso), las relaciones sociales (con entrenador­es, compañeros, medios, patrocinad­ores), las altas demandas competitiv­as, la falta de refuerzos positivos y de habilidade­s para administra­r situacione­s (no tener educación, no saber expresarse, no saber decir que no...). Todo ello puede hacer que el deportista emprenda un mal camino. “No olvidemos que son personas, no sólo deportista­s”, recuerda Lorena Cos.

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Paul Gascoigne, considerad­o uno de los mejores centrocamp­istas de los ochenta, explotó en el Mundial de 1990; a la derecha, el Gascoigne actual, 48 años, alcohólico y sin techo
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DAVID CANNON / GETTY

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