El Partido Alfa
El Partido Popular acaba de vivir una de sus peores semanas. Ciudadanos está atrapando su electorado más joven. Los nervios están a flor de piel en Génova y Moncloa ha recibido un mensaje inquietante de Bruselas
Entre los meses de mayo y diciembre del año 2011, el Partido Popular se convirtió en la organización política con una mayor acumulación de puestos de poder en España desde la restauración de la democracia. Asustada por la enorme virulencia de la crisis económica, la sociedad quería soluciones rápidas. Despidió a José Luis Rodríguez Zapatero y se encomendó a Mariano Rajoy. El día de Navidad del año 11, cabía hablar del PP como el Partido Alfa de las clases medias españolas. Se sentía muy fuerte y decidió afrontar la dolorosa devaluación interna sin cultivar pactos de largo recorrido con Barcelona y Bilbao.
Cuatro años después, el Partido Alfa se halla visiblemente desgastado y muy abollado por los batacazos en las elecciones locales de mayo y en la reciente cita catalana, donde la discutible apuesta por Xavier García Albiol, sheriff metropolitano, ha sido desbaratada por el españolismo mejor diseñado de la ciudadana Inés Arrimadas.
El resultado electoral catalán parece ideado en el gabinete de Maquiavelo en la Señoría de Florencia. Catalunya descubre ahora la distancia cabalística entre los números 62 y 63. Sesenta y dos (diputados) es quiero y no puedo. Hay que añadir una CUP. El sesenta y tres tiene poder. El contundente y complejo resultado del bloque independentista, del que han tomado nota las principales cancillerías extranjeras, contiene una cápsula de cianuro que puede quebrarse entre los dientes de Artur Mas.
Con un 25 fácil de vender, Albert Ri- vera ha conseguido un fenomenal spot ante la generación española que se siente muy identificada con Pau Gasol. Un nuevo suarismo, bajo en calorías y sin sabores de Syriza. En los restaurantes del Madrid profesional y mesocrático no se habla estos días de otra cosa. El hombre del momento es Rivera, como lo fue Pablo Iglesias hace un año, en aquel octubre catastrófico en el que todos los vicios del sistema se descarnaron.
A medida que pasan los días se comprueba que las elecciones catalanas han sido rotundamente malas para el PP. La sociedad española se ha dado cuenta de que en Catalunya hay un serio problema y a mucha gente le cuesta ver a Rajoy como solución. José María Aznar, irritado, escribe artículos de elogio al pacto del Majestic (1996), para intentar demostrar que él no es una “fábrica de independentistas”. Se buscan culpables.
El Partido Alfa está nervioso. Los ministros Montoro y Margallo no se soportan. Hay celos de la excelente relación de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría con la televisión privada. Ha dimitido la presidenta del partido en el País Vasco. María Dolores de Cospedal se siente desplazada, y el primer vídeo de campaña ha sido un desastre viral.
La peor noticia, sin embargo, viene de Bruselas. El informe desfavorable a los presupuestos españoles del 2016 lleva firma francesa, y a partir de ahí podrían construirse algunas teorías. La firma es del comisario Pierre Moscovici, pero lleva la rúbrica de Jean-Claude Junker, presidente de la Comisión. El ministro Margallo no ha podido evitarlo, lo cual acaba de explicar la airada actitud de Montoro.
Cuando faltan nueve semanas para las elecciones generales, ese informe europeo estropea la oferta marianista de un tranquilo continuismo. Y subraya la idea de España como problema. Es una advertencia contable y un aviso político. “Acumulan ustedes averías, busquen soluciones”. Ese es el mensaje del Directorio. Y esa es la noticia más relevante de la semana. No nos confundamos, sin embargo. El Partido Alfa sigue siendo fuerte. Conserva mucha influencia sobre la gente mayor y es una roca en las ciudades pequeñas y medianas. No es fácil que baje de los siete millones de votos, pero si fracasa en las grandes ciudades puede quedar por debajo de los 130 diputados. En esa cota, la reelección de Rajoy se complicaría. El Partido Alfa todavía no es Beta, pero está muy nervioso.