La Vanguardia (1ª edición)

SOS elefantes

- Pilar Rahola

Hace tiempo que los animalista­s que luchan en favor de los animales en peligro de extinción avisan del riesgo extremo que está sufriendo el elefante blanco africano. En la última Cumbre Africana sobre Elefantes, la convención internacio­nal sobre Comercio de Especies Amenazadas (Cites) dio cifras alarmantes que llegan a los 33.000 elefantes cazados furtivamen­te cada año. Save the Elephants asegura que el riesgo de extinción está más cerca de lo previsible. En la retina de esta tragedia, la muerte brutal de Satao, el rey de los elefantes de Kenia, al que mataron con flechas envenenada­s, mutilaron y serraron su marfil.

Los cuidadores del parque Tsavo, donde vivía, aseguraban que era un elefante muy inteligent­e hasta el punto de que “se escondía habitualme­nte en los arbustos para ocultar sus inmensos colmillos de los cazadores”, pero fue acosado por cazadores armados con gafas de visión nocturna, motociclet­as y ballestas.

Detrás de esta matanza sistemátic­a está el negocio del marfil, con países como China como principal receptor. Y

Save the Elephants asegura que la extinción está cercana: 33.000 elefantes son abatidos al año en África

aunque los esfuerzos de entidades de todo el mundo son ingentes –por ejemplo, el orfanato para elefantes huérfanos que ha creado Daphne Sheldrick en Kenia–, la extinción acecha severament­e a los grandes paquidermo­s. ¿Nuestra contribuci­ón mínima? No participar en el comercio del marfil. La máxima, presionar a los países importador­es para que acaben con este comercio sangriento, además de aplaudir a quienes donan su imagen para combatirlo. Por ejemplo, el actor Leonardo DiCaprio, que donó un millón de dólares a Elephant Crisis Fund y permitió usar su imagen para campañas publicitar­ias contra la compra de marfil en China. Es tal el riesgo, aseguran los expertos, que mueren muchos más elefantes de los que nacen, la inversión de la pirámide es acelerada y, hoy por hoy, imparable. Por poner otro ejemplo, en las últimas semanas, 40 elefantes han sido intoxicado­s con cianuro cerca del Parque Nacional de Hwange.

En esta tesitura trágica, la caza legal de elefantes resulta una inmoralida­d añadida a la propia de matar a un animal extraordin­ario por el simple placer de abatirlo. El viernes, por ejemplo, se conoció la noticia de la caza del elefante más grande de África, en el Parque Nacional Gonarezhou de Zimbabue. Tenía entre 40 y 60 años, y sus colmillos, según los cuidadores del parque, “eran tan grandes y pesaban tanto que los arrastraba por el suelo cuando caminaba”. El cazador pagó 60.000 dólares por tan gran hazaña, y su cara sonriente en la foto, posando ante el animal abatido, es la imagen de la más pura vileza. ¿Qué placer primitivo, enfermizo, sangriento, puede haber sentido matando a un gran mamífero pacífico, inteligent­e y bello? ¿Se siente más hombre, más macho, más poderoso? Personalme­nte sólo veo la enorme, brutal, descarnada fealdad del mal. ¡Qué monstruo puede llegar a ser el hombre, cuando deja de ser humano!

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