La Vanguardia (1ª edición)

Revelación: la magdalena de Proust era una tostada

Revelacion­es de las libretas preparator­ias de ‘En busca del tiempo perdido’

- ÓSCAR CABALLERO

Los 6.324 habitantes de Commercy, en la región de Lorena, pueblo francés famoso por ser la teórica cuna de la magdalena, pueden temblar: pierden a Proust. Desde otro pueblecito, Cambremer, 1.137 habitantes, en Normandía, parten mañana los primeros ejemplares de Les manuscrits de la madeleine (los manuscrito­s de la magdalena), para demostrar que la primera idea del autor de En busca del tiempo perdido fue mojar en el té una tostada.

Más tarde, la tostada se transformó en bizcocho. Y en fin, apareció ese pastel, “sus estrías moldeadas en la concha de una vieira”.

Marcel Proust (1871-1922) rellenó, en su habitación del parisino boulevard Haussmann o en el Grand Hôtel de Cabourg, miles de páginas: hojas sueltas, cuadernos escolares. Y las muy literarias libretas Moleskine. Tres de ellas contienen “el momento más emblemátic­o del universo proustiano”, según Jessica Nelson, cofundador­a en el 2012 de la editorial Éditions des Saints Pères, con sede en Cambremer. Su edición de las libretas –mil ejemplares numerados, 268 páginas y estuche; 249 euros– lleva prólogo de Jean-Paul Enthoven, autor, con su hijo Raphaël, filósofo –“y padre del primer hijo de Carla Bruni”, apuntaría, cotilla, un Proust redivivo–, del Dictionnai­re amoureux de Proust ( Plon). “En esas libretas –escribe–, Marcel, prudente, no escogió aún su pequeña magdalena. Duda entre un pan tostado, muy marceliano, y el bizcocho, de origen wagneriano: Proust lo detectó en la correspond­encia del músico. Hasta que su madre le sirve una taza de té con magdalenas y desencaden­a el recuerdo de aquellas mañanas dominicale­s, en Combray, cuando tía Léonie le servía té o tilo”.

Proust, que debió pagar de su bolsillo la edición, en 1913, de la primera parte de En buscal..., impresenta­ble y llena de erratas, paladearía es- te facsímil hecho a mano en papel Fedrigoni.

El 9 de noviembre de 1998 un proustólog­o eminente, Jean-Yves Tadié, tituló Proust neurologue un informe a la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Neurólogos re- putados aprovechar­on la excusa para ensalzar la memoria olfativa. Y dudar: ¿la de Proust era o no memoria involuntar­ia? El autor se lo planteaba ya en 1913. “Mi obra –declaró– está dominada por la distinción entre memoria involuntar­ia y me- moria voluntaria”. Hace dos años, Edmund Levin, animador norteameri­cano de una emisión matinal, ensayó recetas para comprender “cómo y por qué la magdalena de Proust no crujía, se desmigaba de una manera extraña y era sumergi- da en el té”. Lo formuló así:

1) El narrador rompe un trozo de magdalena y lo echa en el té.

2. El trozo se desintegra total o parcialmen­te durante la inmersión.

3. El narrador extrae una cucharilla de té mezclada con migas.

“La ciencia culinaria –escribe Levin– nos dice que para obtener un pastel seco hace falta menos humedad y menos grasa. Concretame­nte, menos mantequill­a y menos huevos. Menos azúcar –higroscópi­ca: retiene el agua– también. Si la masa reposa, en fin, la harina se impregna de humedad”.

Resultado: la peor receta es la más fiable a priori; la del libro Proust, la cuisine retrouvée ( La cocina recuperada), de Anne Borrel, fundadora del Museo Marcel Proust d’Illiers-Combray. “Hace reposar la masa una hora y media y peor aún, añade miel, más higroscópi­ca que el azúcar”, se indigna Levin.

Pero ¿de dónde sale este pastel, tan famoso en Francia como en España? Una noche de 1755, el rey polaco Stanislas recibe en su castillo de Lorena. Banquete importante. Y

‘Les manuscrits de la madeleine’ demuestra que la intención de Proust era mojar una tostada en el té

pesadilla en la cocina: el pastelero se marcha, enfadado. Afortunada­mente una criada lo reemplaza. Stanislas, goloso indirectam­ente responsabl­e del bizcocho borracho – el baba au rhum–, quiere felicitar al responsabl­e. La criada, ruborosa y enharinada se presenta.

–¿Cómo se llama este pastel –pregunta el monarca.

–No tiene nombre, majestad. Lo hacía mi abuela. –¿Cómo te llamas tú? –Soy Madeleine Paulmier, de Commercy, majestad.

–Pues tu postre se llamará madeleine de Commercy.

Bonito, pero quién sabe. Cuando la cocina está fechada, falta ratificar las fechas. Y acaso también el origen. Como en la polémica entre la filloa galega y la crêpe bretona, extensible a todos los alimentos que durante siglos transitaro­n por el camino de Santiago, el quién fue primero y el cuándo quedan pendientes. Lo que no deja de tener miga.

 ?? BERNARD ANNEBICQUE / SYGMA / CORBIS ?? Una magdalena formaba parte hasta ahora de la decoración en el museo de Combray dedicado a Proust
BERNARD ANNEBICQUE / SYGMA / CORBIS Una magdalena formaba parte hasta ahora de la decoración en el museo de Combray dedicado a Proust

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