La Vanguardia (1ª edición)

“Je t’aime, papa”

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El periodista de la CBC que anunció la victoria del Partido Liberal de Canadá tuvo la equivocaci­ón más perdonable de su vida. Se refirió al vencedor de las elecciones como Pierre Trudeau, cuando quien ganó se llama Justin. Justin Trudeau, por supuesto. Canadá es un país monárquico que reconoce la soberanía de la reina Isabel de Inglaterra, pero desde el lunes también reconoce la dinastía política de los Trudeau. Treinta años después de que abandonara el poder el primer ministro Pierre Elliot Trudeau, un hijo suyo, Justin, va a asumir el mismo cargo tras conseguir una impresiona­nte victoria política que cabe interpreta­r como el deseo de los canadiense­s a volver a los tiempos en que la denominada Trudeauman­ia convirtió Canadá en un país amigo de todo el mundo, contribuye­nte de la paz, referente democrátic­o como modelo del Estado social de derecho, y abierto a la diversidad de las naciones y las culturas. Justin Trudeau nació el día de Navidad de 1971 y a los cuatro meses, en un viaje de Estado del presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, ya brindó por él como “futuro primer ministro de Canadá”. A los cuatro años ocupó las portadas de los periódicos porque en una fiesta infantil le gritó “viejo malvado” a su padre cuando este lo fue a recoger a una fiesta infantil más pronto de lo deseado. Tenía seis años cuando su madre, Margaret, treinta años más joven que su padre, asidua de las noches de Nueva York e incómoda con el papel de primera ministra consorte, decidió abandonar a su marido y apuntarse como groupie a una gira de los Rolling Stones. Justin se dio a conocer en el mundo periodísti­co cuando tuvo que asumir la responsabi­lidad de encargarse de atender a los medios cuando su hermano Michael perdió la vida en un accidente de montaña en la Columbia Británica. Pero fue a los 28 años, en el funeral de Estado de Pierre Trudeau, en el año 2000, cuando Justin convenció a los canadiense­s de que tarde o temprano ejercería como sucesor político de su padre Leyó un sentido obituario que hizo llorar a la nación entera y que terminó diciendo con lágrimas en los ojos: “Él ha cumplido sus promesas y se ganó su sueño. Je t’aime, papa”.

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