Más igualdad pero con violencia
LA radiografía de la condición de la mujer en el mundo en los últimos cinco años contiene datos esperanzadores –sustancial aumento de la escolarización, matrimonio a edades más adultas y aumento de la longevidad– y un diagnóstico inquietante: los progresos vienen acompañados de violencia contra las mujeres. El ínfimo consuelo para la ONU es que “al fin se ha conseguido que esta lucha contra la violencia perpetrada contra mujeres y niñas forme parte de la agenda de la política pública”.
El informe quinquenal El progreso de las mujeres en el mundo, presentado ayer por las Naciones Unidas, dibuja una progresión lenta –¡la plena igualdad tardará todavía dos siglos!, según este estudio– pero sin marcha atrás en cuanto a educación y empleo.
“Demasiadas mujeres y muchachas continúan siendo discriminadas, víctimas de violencia y ven denegada la igualdad de oportunidades en educación y empleo”, destacó el secretario general de la organización, Ban Ki Mun. Los progresos en ámbitos como la gobernanza o los altos cargos en las empresas tienen un ritmo inadecuado, pero existen. Lo más dramático es el enquistamiento de una violencia de género donde la mujer es una doble víctima: a la violencia en sí misma cabe añadir el temor de muchas mujeres a explicar lo sucedido en su propio entorno y, aún más, a denunciarlo ante las autoridades. Los estados han progresado a la hora de crear estructuras específicas, encaminadas a hacer justicia y no dejar impune la violencia contra las mujeres, pero eso no significa que en el día a día se atrevan a denunciar, bien por hostilidad social o desconfianza respecto al poder. Es ilustrativo que en Jordania, uno de los países árabes menos conservadores, únicamente el 2% de las mujeres víctimas de violencias o abusos acudieran a las autoridades. Si hablamos de los 70 países elegidos para el estudio en este apartado, sólo cuatro de cada diez mujeres explican sus agresiones al entorno familiar y apenas el 10 % presenta denuncia.
Las cifras del informe, como todas las cifras, son matizables. Que sólo un 18% de los ministros o el 22% de los parlamentarios sean mujeres invita a reflexionar, pero el foco no debería de limitarse a la paridad –conveniente–, sino en ver si el mundo progresa social y económicamente en su conjunto.
La experiencia de los estados desarrollados no es perfecta, pero sí vislumbra la igualdad: el progreso económico es el que mejor garantiza y agiliza el ascenso social de las mujeres. Hoy hay más mujeres que varones en las universidades del primer mundo y ya son la mitad en los países en vías de desarrollo.