La Vanguardia (1ª edición)

Las licencias de una ‘au pair’

- Joaquín Luna

Otra vez Peter Pan en los cines. ¡Cuántos recuerdos (y no de la infancia)! De vez en cuando, aparecen en la vida mujeres llamadas a redimir al prójimo varón de su pachorra consustanc­ial y en cuanto hallan rebeldía, deslizan: –¡Eres un Peter Pan! Las mujeres intuyen que el noctámbulo Peter Pan es un ejemplo pernicioso para el día de mañana, por lo que desde muy pequeñitos dejan a los niños por las noches al cuidado de canguros, chicas responsabl­es que estudian Letras y roban tiempo al sueño. Cuidan por horas, acuestan con dulzura y al despertar nunca están.

Y el tonto del niño se cree que tendrá una canguro de adulto. ¡Una au pair –que duerme en casa y es diurna– y gracias!

La au pair para el verano fue una genialidad de última hora de mis amigos, tentacione­s de internet. Una estudiante alemana con ganas de aprender castellano en Barcelona. Los niños parecían muy contentos con ella.

La primera semana no había quien la levantara de la cama y le sacaron tarjeta amarilla. La segunda semana tampoco había quien la levantara de la cama, a diferencia de un joven negro –“el tío medía dos metros”– que salió de la habitación de la au pair sigilosame­nte, todo un detalle, quizás para no despertar a los niños. –¿Y qué hicisteis? –Darle los buenos días. Y a ella despedirla, claro.

Los niños se quedaron sin su au pair alemana, cuyo castellano progresaba adecuadame­nte y ya sabía decir butifarra en catalán.

No me atreví a dar mi opinión, indulgente: ¿quién no ha tenido una tentación en el ambiente laboral? Me hubiera gustado conocer la versión de la au pair, que a buen seguro habría alegado que los niños dormían, sus obligacion­es estaban cumplidas y el joven negro tenía una dicción colosal.

¿Fue un despido procedente? La joven alemana no tenía ni un despacho a mano, donde mira por donde han hecho el amor –las frescas– muchas amigas a quienes en el momento cigarrillo me gusta interrogar, para desviar la atención sobre lo vivido y, de paso, no ser tan memo de preguntar: –¿Has disfrutado? Yo, naturalmen­te, no he tenido despacho en mi vida porque la vida da despachos a quien trabaja y no a quien piensa que los despachos son el espacio ideal para poner en valor las citas amorosas (no se qué quiere decir “poner en valor”, pero se lleva). Y no es lo mismo los despachos de los amigos, porque andar de prestado resta solemnidad a la ilusión erótica de algunas mujeres por complacer a quien ordena y manda desde esa misma mesa, tan ordenada, o desde ese sillón, tan cómodo y reclinable.

Si una noche de estas, se escapan de noche del orfanato (o el matriarcad­o) y encuentran en un banco de la calle Tuset a una au pair alemana sin empleo, no se las den de niños.

La segunda semana tampoco había quien la levantara de la cama, a diferencia de un joven negro

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