Las licencias de una ‘au pair’
Otra vez Peter Pan en los cines. ¡Cuántos recuerdos (y no de la infancia)! De vez en cuando, aparecen en la vida mujeres llamadas a redimir al prójimo varón de su pachorra consustancial y en cuanto hallan rebeldía, deslizan: –¡Eres un Peter Pan! Las mujeres intuyen que el noctámbulo Peter Pan es un ejemplo pernicioso para el día de mañana, por lo que desde muy pequeñitos dejan a los niños por las noches al cuidado de canguros, chicas responsables que estudian Letras y roban tiempo al sueño. Cuidan por horas, acuestan con dulzura y al despertar nunca están.
Y el tonto del niño se cree que tendrá una canguro de adulto. ¡Una au pair –que duerme en casa y es diurna– y gracias!
La au pair para el verano fue una genialidad de última hora de mis amigos, tentaciones de internet. Una estudiante alemana con ganas de aprender castellano en Barcelona. Los niños parecían muy contentos con ella.
La primera semana no había quien la levantara de la cama y le sacaron tarjeta amarilla. La segunda semana tampoco había quien la levantara de la cama, a diferencia de un joven negro –“el tío medía dos metros”– que salió de la habitación de la au pair sigilosamente, todo un detalle, quizás para no despertar a los niños. –¿Y qué hicisteis? –Darle los buenos días. Y a ella despedirla, claro.
Los niños se quedaron sin su au pair alemana, cuyo castellano progresaba adecuadamente y ya sabía decir butifarra en catalán.
No me atreví a dar mi opinión, indulgente: ¿quién no ha tenido una tentación en el ambiente laboral? Me hubiera gustado conocer la versión de la au pair, que a buen seguro habría alegado que los niños dormían, sus obligaciones estaban cumplidas y el joven negro tenía una dicción colosal.
¿Fue un despido procedente? La joven alemana no tenía ni un despacho a mano, donde mira por donde han hecho el amor –las frescas– muchas amigas a quienes en el momento cigarrillo me gusta interrogar, para desviar la atención sobre lo vivido y, de paso, no ser tan memo de preguntar: –¿Has disfrutado? Yo, naturalmente, no he tenido despacho en mi vida porque la vida da despachos a quien trabaja y no a quien piensa que los despachos son el espacio ideal para poner en valor las citas amorosas (no se qué quiere decir “poner en valor”, pero se lleva). Y no es lo mismo los despachos de los amigos, porque andar de prestado resta solemnidad a la ilusión erótica de algunas mujeres por complacer a quien ordena y manda desde esa misma mesa, tan ordenada, o desde ese sillón, tan cómodo y reclinable.
Si una noche de estas, se escapan de noche del orfanato (o el matriarcado) y encuentran en un banco de la calle Tuset a una au pair alemana sin empleo, no se las den de niños.
La segunda semana tampoco había quien la levantara de la cama, a diferencia de un joven negro