La Vanguardia (1ª edición)

La mirada canina

- Jordi Llavina

Hace poco, estaba en casa aguardando a una amiga que llegaba con retraso. Salí al balcón para distraer la espera y, de paso, para desplegar la estelada (con estrella roja, no la de fondo azul) que lleva quince años colgada allí, puesto que los huracanado­s vientos de Vilafranca la habían dejado malamente enrollada alrededor del listón de madera que la sujeta a modo de asta –y en modo horizontal–, a pesar de unas pinzas de tender la ropa que en su día prendí en la base de la tela. Como mi amiga no se decidía a llegar, pasé un rato en el balcón. Lamenté no fumar, porque ese era un buen momento para echar un cigarrillo. Sin duda, los fumadores son más consciente­s del paso de los años que los que no tenemos ese vicio: pueden contar el tiempo –sobre todo el del placer– según los cinco minutos que les dura apurar un papelito –la expresión es de Cabrera Infante–. Y, al decir (o al cantar) de Víctor Jara, la vida es eterna en cinco minutos.

De pronto, reparé en que en el balcón de al lado estaba el perro de mi vecina, un voyeur imperturba­ble. Le saludé, aunque no obtuve más respuesta que una mirada lacrimosa. Es un animal más bien taciturno. Jamás, a través de la pared, le he oído ladrar, ni aullar. Corretear, sí, como si jugara enfebrecid­o a las carreras con su dueña. No sé cómo se llama, ni a qué raza cabría adscribirl­o. Es un can corriente y moliente, que no se distinguir­ía demasiado de ningún otro. Eso sí, se le ve –para apuntarlo con una fórmula tan popular como estúpida– muy buena gente.

Recuerdo que, en mis tiempos de periodista radiofónic­o, en cierta ocasión entre- visté a un autor que me obsequió con el siguiente piropo: “Tienes cara de perro apaleado” (era uno de esos memos que asocian invariable­mente la independen­cia de criterio con el insulto). Mi amiga seguía sin llegar, y yo aproveché para formular algunas preguntas al chucho. Sobre Rajoy, sobre el obispo Cañizares, sobre Societat Civil Catalana; sobre la Legión y su cabra de desalentad­ora memoria; sobre los ultraderec­histas de Manos Limpias. Su reacción ante mis cuestiones fue siempre la misma: el bostezo por respuesta. De repente, entendí la hondura de la mirada de ese animal. Era una expresión profundame­nte humana. No, corrijo: cuando un ser humano es humano de verdad, tiene la mirada de un perro. No hay mayor hombría de bien que la de este mamífero a cuatro patas.

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