A pie de barra
Yvolvió Salvados. Y lo hizo a lo grande tras el tan truhanesco como señorial “¡Y lo sabes!” de la semana pasada. Más de cinco millones de espectadores estuvieron pendientes del debate a pie de barra que el cada vez más certero Jordi Évole organizó gracias a la desinhibida generosidad de Pablo Iglesias y Albert Rivera. A la de los líderes de Podemos y Ciudadanos, y a la no menos impagable generosidad y paciencia de Cecilia, la propietaria del Tío Cuco, el bar de Nou Barris que se convirtió en el inesperado coprotagonista de tan revolucionario “cara a cara”. Aunque caja no haría mucha en las casi tres horas que dicen que duró la grabación, nunca antes tres humildes cafés con leche (servidos en espartano vaso de cristal) acabaron resultando tan democráticamente amortizables.
Évole y su equipo hicieron sin duda historia al plantear un encuentro de tales características en un inesperado escenario en el que, por suerte para todos, no hizo falta pactar previamente con los respectivos equipos de campaña detalles tan decisivos como pretenden serlo en estos lances la temperatura del local, su iluminación, la silla que ocuparía cada candidato, la altura de la mesa, los más o menos favorecedores tiros de cámara, el orden de las intervenciones, el tono de las preguntas, el papel del moderador, el tiempo milimétricamente concedido a cada uno, la ropa que lucían o el tipo de maquillaje que más les convenía.
Lógicamente editado, la sensación de diálogo sin cortapisas (y sin asesores de comunicación entre bambalinas) no se perdió en ningún momento, logrando así que el programa nos brindase momentos de una nada impostada naturalidad entre los que no faltaron las interrupciones propias de toda discusión apasionada, los regates cortos cuando el tema así lo requería, la exigible deportividad de los partidos amistosos, las confidencias más políticamente incorrectas, las complici-
‘Salvados’ brindó momentos de una nada impostada naturalidad entre los que no faltaron interrupciones propias de toda discusión
dades a fondo electoral perdido, e incluso los tacos soltados sin ideológico rubor alguno. Aunque Pablo Iglesias parecía partir con cierta ventaja al ir con sus descamisadas pintillas de siempre y saberse en un marco incomparable que, en cuestión de decoración al menos, debió de recordarle sin duda al de la cocina de su propia abuela (la del piso en el que vive), el centradísimo Albert Rivera estuvo a punto en no pocas ocasiones de robarle la función con su liberalismo en mangas de camisa y su labia a prueba de improvisaciones. Quedase la cosa en empate técnico o en victoria por la mínima, y a falta de chupitos de despedida, el que realmente ganó el debate fue el siempre atento a la jugada Jordi Évole. Y nosotros con él en nuestra doble condición de sufridos espectadores y escarmentados votantes.
Cunda el ejemplo o no de cara a las próximas elecciones entre el resto de cadenas, no estaría de más que fueran tomando nota los atrincherados mandamases de TVE, esos que siguen apostando por las entrevistas de Bertín Osborne como paradigma del servicio público mal entendido y peor gestionado. El próximo debate, ¿en tu casa a en la mía? Mejor en el bar de la esquina. Y con café para todos.