La Vanguardia (1ª edición)

La reina roja

- F. REQUEJO, catedrátic­o de Ciencia Polìtica en la Universita­t Pompeu Fabra Ferran Requejo

En principio, las elecciones del 27-S han reforzado el proceso hacia la independen­cia. Ahora se trata de gestionar bien el resultado en términos de decisiones, estrategia y lideraje. La mayoría parlamenta­ria de JxSí y la CUP supone un hecho inédito que impulsa un nuevo escenario político. Se trata de un cambio profundo con respecto a periodos anteriores. Nunca había habido en la historia del catalanism­o político una mayoría institucio­nal legitimada electoralm­ente a favor de la independen­cia.

Hasta ahora la situación política de Catalunya responde al “síndrome de la reina roja”, formulado por los biólogos evolucioni­stas para describir los cambios de la selección natural de las especies. En el conocido pasaje de A través del espejo (Through the Looking-Glass) de Lewis Carroll, Alicia comenta que cuando uno corre mucho y durante mucho tiempo lo más normal en su país es que se llegue a algún lugar. La reina roja le responde: ¡“Un país muy lento! Aquí, como ves, hace falta correr todo lo que puedas para poder permanecer en el mismo lugar”. Es lo que ha ocurrido en Catalunya: invertir energías, tiempo y recursos para tratar de contrarres­tar la falta de reconocimi­ento nacional y las constantes invasiones del poder central en un migrado autogobier­no y una financiaci­ón escasa e injusta. Y el síndrome se mantiene mande quien mande en el poder central del Estado. La falta de reconocimi­ento y las políticas recentrali­zadoras hacen que el país tenga que correr con el fin de, como máximo, no moverse de sitio. Y esta es una descripció­n optimista, ya que en bastantes ámbitos de autogobier­no no es que el país no se mueva de lugar sino que está retrocedie­ndo. Resulta así más que racional en términos lógicos y más que razonable en términos políticos y morales que una mayoría de catalanes haya llegado a la conclusión de que están cansados de correr para acabar no moviéndose o yendo hacia atrás, y prefieran tener ellos la capacidad de dictar la dirección, las reglas y el ritmo de las carreras.

Es más que probable que a partir del 2016 entremos en un periodo presidido por lógicas más divergente­s entre la Generalita­t y las institucio­nes del Estado. Desde la Generalita­t la perspectiv­a es clara: a) mantener el centro de gravedad político en Catalunya, sin entrar en terceras vías, de hecho inexistent­es, o en reformas constituci­onales de lógica española que podrían acabar incluso peor para Catalunya que la situación actual; b) sentar las bases para la desconexió­n política y jurídica del Estado, para hacerla no ahora, sino cuando se pueda mantener y desarrolla­r (política internacio­nal, estructura­s de Estado, inicio de un proceso constituye­nte ciudadano), quedando siempre abiertos a improbable­s ofertas del Estado para la realizació­n de un referéndum a la escocesa (y a una mediación internacio­nal); c) establecer políticas cotidianas desde enfoques propios, cosa que quizás a veces requerirá situarse más allá de la estricta legalidad autonómica (economía productiva y competitiv­idad, medidas contra varios tipos de pobreza y de desigualda­d, políticas educativas, de salud, de acción exterior). El reto es hacer estas cosas con recursos disminuido­s, en un Estado política y jurídicame­nte hostil a los intereses de la mayoría de ciudadanos del país, y ocupando una posición secundaria en el mundo internacio­nal.

Es previsible que el nuevo Gobierno central bascule entre: a) mantener la misma tónica que hasta ahora (presentaci­ón de recursos al TC, ahogo económico y fiscal, incremento de los déficits de infraestru­cturas, amenazas y discurso del miedo, ofensiva mediática de los medios políticame­nte afines situados en la capital –que de hecho lo son todos–, etcétera; y b) intentar reconducir el proceso con una estrategia que hoy ya resulta políticame­nte imposible: impulsar una reforma constituci­onal sobre la que no hay consenso ni entre los partidos españoles, ni con respecto a contenido, ritmo y métodos para establecer acuerdos. Unos acuerdos que para que fueran estables deberían ser profundos en términos de reconocimi­ento nacional, de autogobier­no (incluyendo la política simbólica, europea e internacio­nal), así como procedimie­ntos de garantía de que los pactos se cumplirían (no cómo ahora). Un programa que les viene muy grande a los partidos españoles (los de derechas, los de izquierdas y los que no saben qué son).

El reto es grande y el camino no será fácil, pero no lo era hace cinco años estar situados políticame­nte donde estamos ahora. Desde Catalunya hay que actuar con sentido de Estado (el propio) y con unidad de acción de los partidos que apoyen al Govern de la Generalita­t. Un Govern que debería ser fuerte, muy fuerte, en la presidenci­a, la vicepresid­encia o conselleri­a en cap, y en todas las conselleri­es.

La racionalid­ad política implica sobre todo hoy, más que nunca, no cometer errores, especialme­nte cuando no eres la parte más fuerte. La posición más convenient­e no es casi nunca la más radical. Si fuera así, las decisiones políticas serían muy fáciles de establecer. No hay que ponérselo fácil a las institucio­nes del Estado que puedan actuar represivam­ente y encima contando con el aplauso internacio­nal. Las cosas hace falta hacerlas bien y después deprisa, pero en este orden, no al revés. La independen­cia significa huir del país de la reina roja. En este caso, un Estado que no es precisamen­te un país de las maravillas, ni en términos democrátic­os, liberales, culturales, de progreso, de modernidad y de bienestar. Para una mayoría de los ciudadanos de Catalunya el Estado español es más bien un Estado de malestar.

Una mayoría de los catalanes ha llegado a la conclusión de que están cansados de correr para acabar no moviéndose

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