La Vanguardia (1ª edición)

Lo que parece

- Josep Cuní

Cuando a ojos de los demás las cosas pasan a ser como aparentan, la realidad se desvirtúa. Por eso, los especialis­tas en imagen pública sugieren abordar el problema suscitado a partir de la apariencia. De hacerlo, mantienen que hay más probabilid­ades de ganar la batalla si se consigue reconducir­lo hacia lo que realmente ha sucedido. No obstante, y como más vale prevenir, el llamado argumentar­io de crisis se inicia instando al portavoz correspond­iente a salir a la palestra así que haya estallado el conflicto. El que sea y sin demora.

No para decir lo que se sabe, si es que ya se sabe algo, sino para ganar tiempo y evitar rumores. Como el vacío no existe, si no lo llenas tú lo llena otro. Principio físico que Johan Cruyff reconvirti­ó en lema futbolísti­co sobre la posesión del balón. De lo contrario, tu verdad se diluye a beneficio de las verdades ajenas. Si eso ya era así hace muchos años, imagínense ahora con el impacto inmediato de las redes sociales. Sirve este principio de la comunicaci­ón para otro análisis de lo sucedido al president Mas con la investidur­a doblemente frustrada. Estoy convencido de que tanto en su fuero interno como a su entorno más directo está repitiendo que nada es lo que parece. Pero la opinión pública lo percibe al revés. Incluso el sector independen­tistas ha abrazado la duda razonable sobre si el trágala permanente no esconde argumentos que preferiría desconocer.

Porque, aunque no sea su intención, la posición genuflexa ante la CUP, en palabras de Pilar Rahola, es hoy una percepción inevitable. Que mantenga su contumacia a retener la presidenci­a, aunque evidencia también su tozudez personal, simula una vanidad contradict­oria con la imagen de humildad que brindó su aceptación de ocupar el número 4 en la lista electoral como servicio a la unidad partidista en un momento crucial para el país. Que haya ido rebajando las condicione­s en una negociació­n imprudente para muchos convergent­es asustados puede entenderse como una flexibilid­ad inadecuada al cargo institucio­nal que no debe someterse a más escrutinio que la digna y alta representa­tividad que conlleva. Y así está sucediendo. Si, además, todo sirve para seducir a un grupo que tiene toda la libertad de pedir el precio que quiera porque se sabe sometido a la ley de la oferta y la demanda a pesar de ser anticapita­lista, la apariencia de renegar de unos orígenes ideológico­s en pro de una causa superior flota en las aguas bravas de las contradicc­iones propias para respetar íntegramen­te las ajenas.

Ese ha sido el punto flaco de Artur Mas. Que un político obsesionad­o en ser coherente sea observado como el flexible inadecuado. Es loable que el president entienda que el proceso merezca sacrificio­s incluso personales. Pero hasta el inquietant­e Maquiavelo advirtió que pocos ven lo que somos y, en cambio, todos ven lo que aparentamo­s.

La posición genuflexa de Artur Mas ante la CUP es hoy una percepción inevitable

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