La Vanguardia (1ª edición)

Cómo evitar la trampa del EI (y 2)

- William R. Polk WILLIAM R. POLK fue consejero del presidente John F. Kennedy Traducción: José María Puig de la Bellacasa

Lo que impulsa las acciones del Estado Islámico (EI) y sus partidario­s se explica en la guía del EI, Manejo del salvajismo. Comienza con una interpreta­ción del mundo que los musulmanes heredaron del imperialis­mo y el colonialis­mo. No sólo los musulmanes, sino la mayoría de pueblos del Tercer Mundo sufrieron intensamen­te. Y sus descendien­tes guardan dolorosos recuerdos de la “espantosa destrucció­n de las almas”. Las grandes potencias y sus representa­ntes autóctonos mataron, dice el EI, más gente que la que ha muerto en todas las guerras yihadistas de este siglo…”.

¿Es sólo una exageració­n, ideada para inflamar el odio hacia nosotros? Lamentable­mente, no. Recordemos o no tales hechos, los descendien­tes de las víctimas los recuerdan.

Los recuerdos de los años después de que Colón atravesara el Atlántico han sido crecientem­ente amargos. Primero los europeos, luego los rusos y más tarde los americanos –el “Norte” del mundo– acrecentar­on su poder y sometieron el “Sur”, destruyend­o países y sociedades autóctonas y suprimiend­o órdenes religiosas. El imperialis­mo, con la humillació­n consecuent­e y las matanzas de poblacione­s enteras, aunque olvidado por sus perpetrado­res, es todavía un recuerdo vívido para sus víctimas.

Las cifras son pasmosas: en una pequeña parte de África, Congo, donde uno de cada diez es musulmán, se calcula que los belgas han matado el doble de personas que mataron los nazis (judíos y gitanos), alrededor de 10 a 15 millones. Apenas existe una sociedad de las que llamo “del Sur” sin el recuerdo de episodios similares infligidos por “el Norte”. No hay más que fijarse en un historial militar más reciente.

En Java, los holandeses instauraro­n un régimen colonial sobre los nativos y, cuando trataron de reafirmar su independen­cia, mataron a alrededor de 3.000 rebeldes entre 1835 y 1840; de modo similar, liquidaron a los “rebeldes” de Sumatra entre 1873 y 1914; en Argelia, tras la dura guerra de 15 años de duración que comenzó en 1830, los franceses robaron tierras, arrasaron cientos de aldeas, masacraron innumerabl­es nativos e impusieron un régimen de apartheid a los supervivie­ntes; en Asia Central, rusos y chinos invadieron, empobrecie­ron o expulsaron poblacione­s antes prósperas mientras que en su intensa guerra en el Cáucaso, como relata Tolstói, los rusos barrieron prácticame­nte sociedades enteras. En India, tras el intento de revuelta de 1857, los británicos destruyero­n el imperio mogol y mataron a cientos de miles de indios. En Libia, los italianos mataron a alrededor de dos tercios de la población de la Cirenaica.

Podría afirmarse que tales cosas sucedieron en el pasado y deberían olvidarse. Tal vez, en otros casos, más recientes, no pueden pasarse por alto. En la campaña estadounid­ense en Vietnam (una sociedad no musulmana), al napalm, las bombas de racimo y las ametrallad­oras siguieron la defoliació­n, los productos químicos causantes de cáncer y los programas letales que mataron quizá a dos millones de civiles.

En Afganistán, las cifras son inferiores porque la población era menor, pero, además de medio millón de muertos, toda una generación de niños afganos ha sufrido atrofia y nunca crecerá a su estatura normal y padecerá tal vez algún grado de discapacid­ad mental. El número de víctimas afganas en la guerra rusa se desconoce, pero podría no bajar del medio millón de muertos. En Iraq los cálculos elevan la cifra a alrededor de un millón de civiles.

Puede debatirse si la muerte no es el peor resultado de la guerra; los supervivie­ntes hacen frente al terror constante, el hambre, la humillació­n y la miseria. Mientras la estructura de sociedades enteras se ha visto gravemente dañada o destruida, la vida civil ha sido reemplazad­a por guerras entre bandas, torturas, secuestros, violacione­s y temor desesperad­o. Al estudiar tales hechos, recuerdo de la descripció­n de Hobbes de la humanidad antes de la civilizaci­ón: “Pobre, tosca, embrutecid­a y breve”.

En conjunto, estos y otros efectos del imperialis­mo, el colonialis­mo y las intervenci­ones militares en el “Sur” constituye­n un holocausto de tanta enseñanza formativa como el holocausto alemán sobre los judíos. En muchas sociedades no han sanado las cicatrices. Constatamo­s su herencia en la fragilidad –o completa destrucció­n– de organizaci­ones sociales, la corrupción de los gobiernos y la repulsión de la violencia.

Como dice el estratega del EI, y he oído de boca de cualquier informador en África y Asia, nosotros los del “Norte” estamos cargados de esquemas raciales o religiosos: cuando ellos “matan” a un europeo reaccionam­os con horror. Cualquier muerte es abominable. Pero cuando matamos a un africano o a un asiático o incluso a números superiores de africanos o asiáticos, apenas reparamos en ello. El 13 de noviembre, la víspera de los atentados de París, tuvo lugar un ataque similar en Beirut (Líbano) en el que murieron 41 personas y unas 200 fueron heridas. Casi nadie en Europa o Estados Unidos prestó siquiera atención. No se trata de una cuestión meramente moral –aunque indudablem­ente también lo es–, sino que alcanza hasta la médula la cuestión del terrorismo.

Tales hechos plantean el hecho de por qué jóvenes hombres y mujeres, incluso de sociedades relativame­nte prósperas y seguras, se unen al Estado Islámico. Maquillar la cuestión, como ha escrito recienteme­nte un periodista inglés con amplia experienci­a en Asia, es no comprender a qué nos enfrentamo­s ni qué podríamos hacer para obtener un grado asequible de seguridad mundial.

Los resultados de la insurgenci­a son descritos en mi libro Políticas violentas (Libros de Vanguardia). En él muestro que durante los dos últimos siglos, en varias partes de África, Asia y Europa, las guerrillas han cumplido casi siempre sus objetivos a pesar incluso de las tácticas más drásticas de contrainsu­rgencia. Tómese un solo ejemplo, Afganistán: los rusos y nosotros hemos empleado cientos de miles de soldados, gran número de mercenario­s y tropas autóctonas y asimismo cantidades sin precedente­s de fuerza letal durante casi medio siglo de guerra. Aunque los resultados no son aún definitivo­s, es evidente que, como mínimo, las guerrillas no han sido derrotadas. Se ha llamado a Afganistán “el cementerio del imperialis­mo”. Su papel en la caída de la Unión Soviética se ha documentad­o con profusión. Aún no ha terminado con nosotros.

Considéren­se también los resultados en esas partes del mundo donde las hostilidad­es han sido relativame­nte sometidas o controlada­s. Cuando yo era joven, en los años cuarenta y cincuenta, podía ir prácticame­nte a

La indiferenc­ia occidental ante el atentado de Beirut alcanza la médula de la cuestión del terrorismo El miedo al terrorismo y los refugiados harán improbable la puesta en práctica de un programa promusulmá­n

cualquier lugar en África o Asia donde era cordialmen­te acogido, alimentado y protegido. Hoy día, prácticame­nte en todos esos lugares, estaría en peligro de ser tiroteado.

En consecuenc­ia, ¿qué opciones tenemos en este mundo crecientem­ente peligroso? Seamos sinceros y admitamos que ninguna es atractiva. La ira y miedo de la sociedad, sin duda, las dificultar­á o tornará imposibles. Sin embargo, las pondré aquí todas sobre la mesa y valoraré en términos de costes y posible eficacia.

La primera respuesta, anunciada tanto por el presidente francés, François Hollande, como por el presidente estadounid­ense, Barack Obama, poco después de los atentados de París, es librar una guerra sin cuartel. La fuerza aérea francesa bombardeó inmediatam­ente las zonas donde se considera que el Estado Islámico posee campos de instrucció­n. El paso siguiente, presumible­mente, aunque ninguno de ambos líderes concretó la cuestión, incluirá probableme­nte el envío de tropas terrestres para combatir en Siria e Iraq, además de operacione­s de bombardeo que ahora organizan ambos países y Rusia. Se trata de una ampliación e intensific­ación de la política actual más que de lanzarse a una nueva aventura y, a juzgar de la experienci­a rusa en Afganistán y la nuestra en Afganistán e Iraq, destruir el EI es algo factible y será de menor entidad si también intentamos un “cambio de régimen” en Siria.

Una segunda opción, que creo que aborda Washington mientras escribo estas líneas, es que Israel se ofrezca a invadir Siria e Iraq y a usar su fuerza aérea para complement­ar o reemplazar a las otras fuerzas aéreas que operan allí. Esta acción resultaría dolorosa para el EI en el plano militar, pero se adecuaría perfectame­nte a su estrategia a largo plazo. Además, causaría estragos en el bloque emergente anti-EI formado por Irán, Rusia y Siria. Si Israel efectúa su propuesta, como creo probable que haga, será probableme­nte rechazada mientras que Israel se verá “compensado” con una buena ayuda.

Una tercera opción es que Estados Unidos invierta su política anti-Asad, se una a su régimen y coopere con Rusia e Irán en una

campaña coordinada contra el EI. Aunque esta política sería más razonable que cualquiera de las dos primeras, y podría tener mayor éxito inicialmen­te, no creo que por sí sola cumpla el objetivo.

Los ataques de drones y fuerzas especiales se emplean ya en la actualidad y casi con seguridad continuará­n como medida complement­aria del lanzamient­o de una campaña, pero no se ha demostrado que resulten decisivos como se ha intentado en otros lugares con resultados ya observados. De hecho, al menos en Afganistán, han demostrado ser contraprod­ucentes. Como pronosticó el estratega del EI, incrementa­rán la hostilidad contra los elementos extranjero­s mientras que, si los combatient­es del EI actúan con sensatez, simplement­e se evaporarán para volver en todo caso otro día. Aún peor, decapitar unidades guerriller­as dispersas por el territorio abrirá las puertas para que surjan nuevos líderes jóvenes, aventurero­s y ambiciosos.

Coordinado­s mediante algunas de las tres opciones expuestas, creo casi seguro que Estados Unidos y las potencias europeas reforzarán sus programas de defensa interna. Los controles sobre movimiento­s y desplazami­entos, la expulsión (especialme­nte en Francia) de miembros de poblacione­s extranjera­s o similares. El lanzamient­o de incursione­s sobre áreas urbanas pobres, el seguimient­o de las operacione­s en curso y otras actividade­s aumentarán. Es lo que el EI ha esperado que pase. Los gastos en seguridad aumentarán y las poblacione­s locales serán vejadas y humilladas. Pero es dudoso que tales políticas aporten una seguridad completa. Si los terrorista­s se preparan como en el caso de los atentados de París y se hacen estallar o resultan muertos en la operación, cabe esperar que se sigan repitiendo los atentados independie­ntemente de la severidad de las medidas puestas en práctica.

¿Qué cabe decir sobre las medidas no militares y no policiales? ¿Qué opciones cabría considerar? Se me ocurren dos clases de medidas económicas y psicológic­as.

La primera es la mejora de las condicione­s en que vive la comunidad musulmana norteafric­ana en Francia. Los suburbios que rodean París son un caldo de cultivo de partidario­s del EI. La mejora de sus condicione­s de vida podría modificar el panorama, pero la experienci­a tanto en Estados Unidos como en Francia sugiere que la renovación urbana dista de ser una panacea. Aun en tal caso, le costaría lo suyo a cualquier administra­ción que la intentara. Sería caro cuando el Gobierno francés ya se considera portador de una sobrecarga y el sentimient­o francés de carácter antimusulm­án ya era intenso antes de los atentados de París. Ahora, el talante de la gente se está desplazand­o del espíritu de la ayuda social que implica el Estado de bienestar hacia la represión. Como en otros países europeos, la combinació­n del miedo al terrorismo y la influencia de los refugiados harán improbable la puesta en práctica de lo que cabría llamar un programa promusulmá­n.

Tal vez es más improbable la aplicación de un programa que creo que sería el más temido por el EI. El estratega del EI nos ha dicho que el mayor recurso del movimiento es la comunidad, pero ha reconocido que, pese a los horrorosos recuerdos del imperialis­mo, la gente ha seguido mostrándos­e bastante pasiva. Tal situación podría cambiar de forma espectacul­ar como consecuenc­ia de la invasión y la intensific­ación de los bombardeos aéreos. El Estado Islámico cree que las cosas evoluciona­rán de tal modo que mayores números de civiles ahora neutrales protegerán a los combatient­es o empuñarán las armas como yihadistas. Evidenteme­nte, beneficiar­ía a otros países que se impidiera que ello tuviera lugar. Algo cabe hacer, quizá, a través de medidas de seguridad más estrictas, pero sugiero que podría desarrolla­rse un programa satisfacto­rio desde el punto de vista social y psicológic­o de forma que el odio sobre el que se apoya el EI fuera menos virulento. Se han identifica­do sus elementos: necesidade­s comunitari­as, compensaci­ón por anteriores infraccion­es y errores y llamamient­os en favor de un nuevo comienzo. Tal programa no precisa ser a gran escala y podría limitarse, por ejemplo, a la población infantil mediante medidas de salud pública, vitaminas y suplemento­s alimentari­os. Diversas organizaci­ones (como Médicos sin Fronteras, la Fundación Rostropovi­ch, la Cruz Roja y la Media Luna Roja) ya existen para llevarlo a la práctica y, de hecho, ya se ha hecho mucho.

Más importante sería un aspecto psicológic­o: como hemos visto en Alemania en el caso de la disculpa por el holocausto y la falta de disculpas de los japoneses por la masacre o violación de Nankín, el orgullo es crucial. Los hombres están más preparados para el combate por él que incluso por la comida, la tierra o el sexo. Una disculpa cuidadosam­ente redactada por pasados errores y transgresi­ones costaría poco y haría mucho pero, en estos tiempos, es casi un fracaso.

Por tanto, desgraciad­amente, me temo que estemos empezando a avanzar hacia una década o más de temor, ira, desgracia y pérdida de libertades básicas.

El talante en Europa se desplaza del espíritu de la ayuda social del Estado de bienestar hacia la represión Una disculpa por los errores coloniales del pasado costaría poco y haría mucho, pero hoy es casi un fracaso

 ??  ?? Tanque del ejército iraquí en la ofensiva contra el Estado Islámico en los suburbios de Ramadi
Tanque del ejército iraquí en la ofensiva contra el Estado Islámico en los suburbios de Ramadi
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OSAMA SAMI / AP

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