La Vanguardia (1ª edición)

Cuba y Francia quieren cambiar la ‘posición común’ auspiciada por Aznar

El giro de Obama crea nuevas condicione­s para la relación de la isla con la UE

- París. Correspons­al RAFAEL POCH

La estancia del presidente de la República de Cuba en Francia, Raúl Castro, 84 años y buen aspecto, de dos días de duración y hoy concluida, ha sido la primera visita de Estado de un mandatario cubano a esta nación y a un país de la Unión Europea desde la independen­cia de la isla. Fidel Castro ya estuvo en París, en 1996, pero con carácter oficioso. En mayo la visita de François Hollande a La Habana también fue la primera de un presidente francés a la isla. ¿Cómo se explica este tardío descubrimi­ento?

Sería exagerado hablar de audacia. La visita de Hollande a La Habana tuvo lugar sobre la estela de la decisión de Obama, contra su Congreso, de relajar su política punitiva hacia Cuba. Hollande fue el segundo europeo –el primero fue Chipre– en sumarse a un gesto que ya no hacía un feo a Washington.

Durante 26 años la isla no sólo desmintió la general profecía que anunciaba desde 1989 el fin de su sistema político, sino que tras haber sufrido el peor colapso de todo del antiguo bloque del Este (su exportació­n cayó un 79%) y en el ambiente internacio­nal más hostil, practicó el arte de sobrevivir con recetas sin la menor conexión con el llamado consenso de Washington a base de privatizac­ión, retirada de subsidios y liberaliza­ción de precios, manteniend­o su Estado social y la esperanza media de vida más alta del antiguo bloque y de América Latina en general.

Fue en aquel contexto de penurias sin nombre, con recortes en los presupuest­os de defensa antes que en la educación y la sanidad, que un español, José María Aznar, introdujo en la Unión Europea, una política diseñada en Washington para asfixiar más a sus parientes en Cuba y obstaculiz­ar su relación con Bruselas: la llamada “posición común”. Eso fue en 1996, pero no es historia, porque todavía se aplica.

Si las actuales visitas tienen importanci­a, es, sobre todo, porque desde abril del 2014, Francia “está ayudando a retomar el diálogo con la Unión Europea”, dijo ayer el presidente Castro. De lo que se trata es de cambiar un esquema de sanciones y aleccionam­iento en beneficio de un método más constructi­vo e independie­nte de la histórica punición de Washington. Irónicamen­te, no es la audacia francesa, sino el medio paso de Obama, lo que lo ha hecho posible. Medio, porque el embargo, condenado por 188 países del mundo en la ONU (todos menos Estados Unidos e Israel), sigue ahí, perjudican­do no sólo a Cuba, sino también a empresas europeas: el Crédit Agricole francés fue multado con 787 millones de dólares por sus tratos con Cuba.

Sobre todo desde que el ex presidente del Senado Jean-Pierre Bel fuera nombrado por Hollande consejero especial de la presidenci­a para América Latina, Francia se interesa más por la isla, cuyo peso económico, reducida población (11 millones) y problemas internos no guardan proporción con su papel político y proyección mundial.

Cuba es un socio ineludible para Francia en el Caribe, un mar que, hay que recordarlo, baña territorio­s continenta­les e insulares franceses. Cuba ha sido un socio y cómplice diplomátic­o importante para Francia en la organizaci­ón de la cumbre del clima de París del pasado diciembre, de resultados tan celebrados como ambiguos, pero que para Hollande ha puntuado como éxito. El presidente no tiene, a diferencia de muchos franceses, una simpatía biográfica hacia Cuba. A esos efectos es un político europeo más. En el 2003 publicó un artículo en el que calificaba al régimen cubano de “infierno”. No es simpatía, sino pragmatism­o. Habrá que ver si funciona en el resto de la UE.

“Francia nos está ayudando a retomar el diálogo con la Unión Europea”, dice Raúl Castro

 ?? ETIENNE LAURENT / EFE ?? François Hollande saludando a Raúl Castro a la llegada de este, ayer, al palacio del Elíseo, en París
ETIENNE LAURENT / EFE François Hollande saludando a Raúl Castro a la llegada de este, ayer, al palacio del Elíseo, en París

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