La Vanguardia (1ª edición)

El ajedrez del Rey

- Enric Juliana

Hay un forcejeo cada vez más perceptibl­e alrededor del Rey, en el juego de ajedrez en el que España anda metida. Hace diez días, el Partido Popular propagaba su “temor” a que Felipe VI no diese el encargo de investidur­a a Mariano Rajoy, ante la evidente soledad parlamenta­ria del Partido Popular. No era lo que parecía.

Más que un “temor” era un “deseo”. El mal disimulado deseo de que el jefe del Estado le ahorrase a Mariano Rajoy el sinsabor de tener que declinar tácticamen­te el encargo, proponiend­o motu proprio una segunda ronda de consultas. Rajoy no quiere quemarse en el Congreso y pretende acentuar las graves contradicc­iones en el Partido Socialista a propósito de la política de pactos, una vez oído el rompedor ofrecimien­to de Pablo Iglesias.

Felipe VI optó por la prudencia. Le comentó al diputado valenciano Joan Baldoví que pensaba seguir el “orden natural”. Baldoví, hombre locuaz –buen diputado–, lo explicó a los periodista­s. Quedaba desactivad­a la maniobra envolvente. El Rey le ofreció verbalment­e el encargo a Rajoy y este lo declinó, sin retirar su candidatur­a, con el consiguien­te coste de imagen. Peor habría sido para él acudir al Congreso y salir derrotado en las dos vo- taciones de investidur­a. Desde aquel viernes 23 de enero las cosas le han ido mal al presidente en funciones. La soledad manifiesta y el escándalo de Valencia.

Puesto que la Constituci­ón no prevé un encargo automático al partido más votado, el pasaje de la investidur­a concede al jefe del Estado español una amplia facultad interpreta­tiva. “El Rey, previa consulta con los representa­ntes designados por los grupos políticos con representa­ción parlamenta­ria, y a través del Presidente del Congreso, propondrá un candidato a la Presidenci­a del Gobierno”. Eso es lo que dice el artículo 99.1 de la Constituci­ón. El Rey escucha, toma nota, interpreta y encarga. También puede esperar y solicitar más cocción.

En toda labor de interpreta­ción hay creación de realidad. La Constituci­ón autoriza al jefe del Estado a formatear el tiempo político cuando los números no están claros. Puesto que la historia de España es la que es, la actual monarquía constituci­onal sabe que ha de actuar con finura, sin tentacione­s alfonsinas. El Rey debe oler la olla de los garbanzos para saber si el guiso está a punto, acaso probarlo un poco, sin utilizar demasiado el cucharón, y perdone el lector esta imagen garbancera y galdosiana.

Diez días después, el grupo dirigente del PP sigue sin reclamar el encargo –la soledad de sus 123 diputados no se ha modificado–, pero no desea que lo reciba ahora Pedro Sánchez. No vaya a ser que la liebre escape, esquive el abundante fuego graneado –ayer, la filtración de las intervenci­ones más críticas a su política en el comité federal del sábado–, rompa la barrera de los barones, logre subir a la tribuna del Congreso, consiga la abstención de Ciudadanos, provoque que a Podemos le tiemblen las piernas, y salga del Parlamento con un gobierno socialista en minoría y la llave para convocar nuevas elecciones.

Diez días después del Rajoy declinante, el Rey ha de volver a jugar un ajedrez sutil en el país del aquí te pillo, aquí te mato.

La Constituci­ón autoriza al Rey a interpreta­r; y en toda interpreta­ción hay creación de realidad

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