La Vanguardia (1ª edición)

Un bienio reformista

- Rafael Jorba

La Fundación España Constituci­onal ha publicado un manifiesto titulado “Ante la situación política”. Los miembros de esta fundación –exministro­s de la UCD, el PSOE y el PP– abogan por “la vía de una gran coalición, de dos o más partidos constituci­onalistas, con un programa concreto y firmado, al menos para media legislatur­a”. El manifiesto puede acertar en la terapia, pero se equivoca en el diagnóstic­o: sitúa como factor determinan­te de esa gran coalición la situación de “extraordin­aria gravedad” que plantea el proceso de independen­cia en Catalunya.

No discrepo tanto de la fórmula que se propone como del carácter reactivo, a la defensiva, del manifiesto. El problema catalán no es sólo el resultado de la huida hacia delante del soberanism­o, sino que es también la expresión del problema español en su conjunto: la falta de un proyecto colectivo, de carácter proactivo, capaz de actualizar el pacto constituci­onal de 1978. Más que un gobierno de gran coalición, España necesita un pacto de gran ambición al que se invite a los partidos parlamenta­rios, sin apriorismo­s ni exclusione­s, con una ponencia constituci­onal y una mesa social para definir los pactos de la Moncloa del siglo XXI.

Apuntaré algunos ítems. Regeneraci­ón democrátic­a: corrupción sistémica, financiaci­ón de partidos y sistema electoral. Federación: reconocimi­ento de las naciones hispánicas –las nacionalid­ades de la Constituci­ón de 1978– en una España entendida como nación de naciones; un federalism­o simétrico en derechos y deberes, garante de la igualdad de todos los ciudadanos, y asimétrico en competenci­as, sobre todo las que derivan de los hechos diferencia­les (lengua, cultura, derecho civil...). Financiaci­ón: la efectiva aplicación del principio de ordinalida­d en la contribuci­ón a la solidarida­d y la revisión del cupo vasco –no del concierto–. Consejo Federal: un Senado reducido, al estilo del Bundesrat, que arbitre sobre la llamada “competenci­a legislativ­a concurrent­e”. Monarquía: el Rey como símbolo de la unidad de España, pero también de la diversidad de sus pueblos (preámbulo de la Constituci­ón). Unión Europea: adaptación al marco surgido del ingreso de España en Europa (1986). Estado de bienestar del siglo XXI: qué modelo social queremos y de qué fiscalidad nos dotamos para sustentarl­o.

Esta tarea, esa gran ambición, podría culminarse en dos años. Al final, como prevé la Constituci­ón, sería la hora de aprobar la reforma, disolver las Cámaras, proceder a su ratificaci­ón por las nuevas Cortes y someterla a referéndum. Entre tanto, un gobierno de gestión debería despachar los asuntos corrientes, consolidar el crecimient­o económico e impulsar un plan de choque social para que este crecimient­o permita salir del pozo a los más damnificad­os por el largo ciclo de crisis. Un programa reformista para un bienio reformista, en suma.

Hay una persona que está incapacita­da para liderarlo: Mariano Rajoy Brey. No puede presidir un proyecto regeneraci­onista el responsabl­e máximo, por activa y pasiva, de la corrupción de su partido; ni puede impulsar las reformas el que ha dado repetidas muestras de inanición política.

Más que un gobierno de gran coalición, España necesita un pacto de gran ambición

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