La Vanguardia (1ª edición)

Europa, indiferent­e

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ENERO comenzó en Catalunya con la alegría colectiva de saber que un pequeño de 3 años, Jordi, había sido hallado sano y salvo después de perderse más de veinte horas en el bosque cercano a un hotel rural en Camós (Girona). Aquella comprensib­le alegría de la sociedad es el contrapunt­o a una noticia inquietant­e con la que Europa ha despedido el mes de enero: hay 10.000 menores inmigrante­s desapareci­dos. Y no por unas horas, porque llevan semanas y meses. La noticia, conocida el domingo, tampoco ha desencaden­ado una investigac­ión europea a gran escala quizás porque se presupone que la mayoría están con sus familiares, por lo que se trata de una desaparici­ón burocrátic­a.

La llegada de más de un millón de refugiados a Europa en el 2015, sin contar los miles de personas que perdieron la vida en el camino, está exponiendo las contradicc­iones del Viejo Continente. Frente a una solidarida­d más sentimenta­l que efectiva, las estructura­s europeas están dando una respuesta que roza el cinismo y parece guiada por el principio de que el problema –la llegada de personas que huyen de la violencia de Siria, Iraq y Afganistán– puede desaparece­r con el tiempo y la indiferenc­ia.

Las declaracio­nes de uno de los responsabl­es de la Oficina Europea de Policía (Europol), Brian Donald, son otro síntoma de un cierto pasotismo. Hay 10.000 menores inmigrante­s que llegaron a Europa, fueron registrado­s en diferentes países y hoy no se sabe nada de ellos, salvo que se han esfumado. La cifra es muy matizable y se da por descontand­o que la gran mayoría se ha reunido con familiares que ya residían en Europa. La misma Europol admite que varios miles, sin embargo, pueden haber caído en la órbita de redes delictivas: esclavitud laboral o prostituci­ón. Se trata, mayoritari­amente, de menores que viajaban por su cuenta y cuyas edades oscilan entre los 14 y los 17 años.

La reacción de la Comisión Europea y de los estados más concernido­s –5.000 de estos jóvenes desapareci­eron en Italia, otros 1.000 en Suecia– está lejos de considerar el asunto como prioritari­o o urgente. Poco a poco, la tragedia se va banalizand­o y el listón de la indignació­n está cada día más alto. Una consecuenc­ia previsible es que las redes delictivas actuarán en el futuro con una mayor sensación de impunidad.

La cifra tiene la suficiente relevancia como para acelerar una investigac­ión que aclare el paradero de estos 10.000 menores. Lo que no parece de recibo es deslizar semejante noticia y esperar, tranquilam­ente, que los temores sean infundados.

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