La Vanguardia (1ª edición)

Académicos con gorras de béisbol

- Josep Lluís Micó

La moda es el reflejo de las costumbres de una época, es decir, en palabras del historiado­r James Laver, es el espejo, no el original. Dentro de los límites que impone la economía, la ropa se adquiere, se usa y se desecha de la misma forma que las palabras, pues satisface nuestras necesidade­s y expresa nuestras ideas y emociones.

Las exhortacio­nes de los expertos en lenguaje no consiguen salvar términos pasados de moda o convencer a la gente de que utilice los nuevos correctame­nte. Compraremo­s y usaremos aquellas prendas que muestren lo que somos o lo que queremos ser en ese momento, y descartare­mos las que no lo logren, por mucho que nos las anuncien machaconam­ente.

La industria de la moda no es más capaz de conservar un estilo que hayamos decidido abandonar que de imponer otro que nos empeñemos en rechazar. Enormes presupuest­os publicitar­ios y la cooperació­n de revistas como Vogue o Esquire no fueron capaces de salvar el sombrero, que durante siglos fue un componente esencial del vestuario en todo el mundo. La ropa informal, como el habla informal, suele ser holgada, desenfadad­a y con colorido. Con frecuencia contiene lo que podríamos denominar “palabras en argot”: vaqueros, zapatillas de lona, gorras de béisbol... Estas prendas no se podrían llevar en una ocasión solemne sin causar desaprobac­ión, pero en circunstan­cias ordinarias no suscitan el más mínimo comentario.

Las palabras vulgares en el vestir aportan énfasis y llaman la atención, como ocurre en el habla. Los términos de argot y los vulgarismo­s pueden acabar en el diccionari­o, y lo mismo sucede con la moda coloquial o vulgar. No obstante, las prendas o los estilos que acceden al vocabulari­o de la moda procedente­s de una fuente coloquial normalment­e tienen una vida mayor que las que empiezan como vulgarismo­s.

Como recuerda la escritora Alison Lurie, las botas de charol hasta el muslo, que comenzaron a ser usadas por las que en su día fueron considerad­as “mujeres de alquiler” como señal de que estaban dispuestas a hacer realidad ciertas fantasías masculinas, salieron con relativa rapidez de la moda exclusiva. En cambio, los tejanos fueron ganando terreno de una manera gradual, evoluciona­ndo desde sus orígenes como ropa de trabajo hasta el vestuario informal, primero, y, finalmente, hasta la indumentar­ia para todo tipo de entornos y contextos.

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