Trampas y trucos
Le llaman estrategia, pero es truco. La política española se está poblando de grandes estrategas que realizan grandes acciones aplaudidas por sus fieles que al final se descubre que son trampas o juegos de astucia planteados para triunfar sobre el adversario. Ya tenemos una importante colección. La más memorable y de resultados todavía inciertos es la que planteó Artur Mas cuando se propuso diseñar una transición hacia la independencia basada en habilidades legales para sortear la legislación del Estado, los recursos del Gobierno central y los frenos del Tribunal Constitucional.
Ahora, para triunfar en la investidura más difícil o impedir que otros la consigan, hay una auténtica competición de trucos estratégicos. La comenzó el señor Rajoy al declinar la aceptación del encargo real. Quizá no tenía otro remedio, pero los analistas entendieron que, como escribió aquí Juan José López Burniol, pretendía dejar a Pedro Sánchez “al pie de los caballos”. Siguió Pablo Iglesias con su propuesta de pacto, que puso a Pedro Sánchez en la disyuntiva de aceptar sus condiciones o arriesgarse a que le acusen de rechazar la “oportunidad histórica” de echar a la derecha del poder. Y culminó con la iniciativa del mismo Pedro Sánchez de ingeniar una consulta a los militantes para burlar la oposición de sus barones y de su comité federal a un acuerdo con Podemos.
Así se desarrolla esta fase de la vida pública española. Todo es inteligente, astuto y fruto de habilidades muy trabajadas. Pero tiene un problema: detrás de estas acciones no está lo más noble de la política, que es la capacidad de renuncia en beneficio del conjunto de la sociedad. Al revés: detrás está la permanencia o la conquista del poder, el interés de partido o la ambición personal. Lo más peligroso es que el ciudadano entienda que la política es eso: una suma de tácticas y tejemanejes. Algo de eso ya se palpa en la opinión pública, aunque sea como intuición. Si lo confirman los hechos, se producirá lo anunciado por François Mauriac: “No tengo el menor deseo de jugar en un mundo en el que todos hacen trampa”. Lo solemos denominar desconfianza. Y en su resultado, abstención.