Un año sin más ‘Pa negre’ que el de Rossy
En la noche de perros que fue la entrega de los Gaudí, donde Truman y El llarg camí... fueron reconocidas como las mejores películas, hubo demasiadas ausencias. Entre las faltas destacadas, los chuchos protagonistas de ambos filmes. Uno, Troilo, de Truman, que ha muerto. Descanse en paz. Del otro, que se llama Elvis, no se sabe nada.
Pero seguro que Elvis excusó su presencia, como la excusaron tantos otros. Ricardo Darín, Laia Costa y Dolores Fonzi, por ejemplo. Su falta se notó más porque habían ganado premio. Pero, además de ellos, faltaron muchos más de eso que se llama el mundillo del cine.
La ausencia más sonora –por el ruidoso vacío que dejó en el Auditori del Fòrum– fue la ausencia de Ro- sa María Sardà, Gaudí d’Honor. El público se levantó y aplaudió cuando se anunció el galardón para ella. Pero fue breve: los quince segundos que Pol Mainat tardó en agradecer el premio en nombre de su madre.
Los que sí asistieron fueron los políticos; la ceremonia no anduvo corta de ellos. Coparon la fila ocho, pero no todos fueron iguales para TV3, que transmitía el evento.
El presidente de la Generalitat, por ejemplo. Se puede decir que Carles Puigdemont, con los repetidos encuadres de su persona –hierático, sin trasmitir demasiada alegría– fue una de las estrellas de la noche. Ada Colau sólo apareció en un par de ocasiones. Su cara tampoco irradiaba felicidad. Ni siquiera Santi Vila, conseller de Cultura, que sonríe como nadie, lució demasiado esa sonrisa. Las cámaras sólo querían president, president...
Una entrega de premios es, en buena medida, un ejercicio de emoción contenida donde se reparten premios, como en la tómbola. Aunque no siempre toca. Ni pito ni pelota. Por eso cuenta tanto o más la cara del vencedor como la expresión con la que el perdedor recibe la noticia. Esos momentos son el espectáculo más allá de las presentaciones de unos y otros. Si esas imágenes no existen, si falta gente para llenarlas, ¿qué pasa? TV3 intentaba tapar la falta de esas imágenes con Jaume Figueras y Àlex Gorina, que llenan el vacío de palabras (casi siempre sabias) entre apariciones –sí, apariciones– de Rossy de Palma...
Su presencia debía ser el aceite que hace que la maquinaria no se detenga y funcione con precisión. Pero su histrionismo indeciso y gritón, a veces en playback, fue por momentos puro aceite... de ricino, difícil de digerir. Qué hermosos y transgresores vestidos los suyos, eso sí. De lo mejor de la velada. De exposición, de museo. Incluido el de los tres panes que en un momento dado lució en la cabeza. Pero ¡qué poco sentido tenía! Una gala no es una performance artística. En este sentido fue arriesgada, y eso hay que reconocerlo. La Acadèmia buscaba nuevos caminos, pero nos perdimos en ellos.
Queríamos –querían los organizadores, con la ambición que les ca- racteriza– emoción internacional, para que los Gaudí sean exportables. Transgresión a la italiana o la francesa, digamos. Y una presentadora que venda. Pero se olvidaron del humor doméstico, más de estar por casa como si dijéramos ¿Y qué tuvimos? Un consolador, más bien pequeño, en la mano de Rossy de Palma. ¿Lo entienden?
Y encima los fallos técnicos: el sonido, confuso en la sala, inaudible por momentos a través de la pantalla. “Estoy muy jodidilla” o algo así, le pareció oír a uno en la voz de Rossy de Palma, que se había retirado al camerino. “He oído lo mismo que vosotros”, se preguntó en voz alta Silvia Pérez Cruz desde el escenario, cuando Rossy se inmiscuyó en su canción sobre desahucios. “Efectivamente, Silvia, lo oímos”.
Pero eso es excusable, como casi todo lo que tiene que ver con la técnica lo es. Peligros del directo. El problema es la idea general, eso que en Airbag llamaban el concepto. La Acadèmia, con estos Gaudí, quería conseguir la excelencia. Pero la experiencia dice que funciona mejor la ironía a ras de tierra, la causticidad comprometida con el día a día. Los Gaudí 2016 aspiraban al cielo y han querido volar tan alto, tan alto, que se han quemado las alas como Ícaro con el Sol.
O mejor dicho se han churruscado los tres panes en la cabeza de Rossy de Palma, y el dildo negro se ha fundido en sus manos.
La falta del mundillo del cine y el exceso de políticos marcan unos Gaudí ambiciosos pero, en buena media, fallidos