La Vanguardia (1ª edición)

José Tomás y el lado oscuro de la gloria

El matador de Galapagar fue muy cuestionad­o en la plaza donde tuvo su alternativ­a hace 20 años

- PACO MARCH

Dicen que, cuando toreaba Juan Belmonte, ese día la ciudad padecía una fiebre extraña. El último día de enero Ciudad de México parecía anunciar el verano y, puede, también sufrió ese proceso febril.

Desde media mañana el gentío tomó los aledaños del gigantesco embudo de Insurgente­s, un ir y venir de rostros sofocados por el sol y la emoción ansiosa de quien sabe que va a estar allí donde otros quisieran estar.

Todo el aforo vendido desde tres meses antes y los reventas jugándosel­a ante la (muy) visible presencia policial. Muy cerca de allí (en la relativa cercanía de una ciudad desmesurad­a), José Tomás caminaba, camuflado con gorra y gafas de sol, por los alrededore­s del hotel, del que apenas tres horas después saldría vestido de rosa y oro para intentar cerrar el círculo con una ciudad, una plaza, que hace dos décadas fue escenario de su paso a matador de toros y que, pese a triunfos ocasionale­s, se le resiste.

El olé de más de 40.000 gargantas y otros tantos corazones al unísono en el momento de arrancar el paseíllo, José Tomás y Joselito Adame mano a mano, estremece el alma. Ya todo estaba dispuesto para el triunfo, quizás el apoteosis…

Hasta la boca de riego se fue José Tomás en el que abría festejo (que blandeaba más de la cuenta), con su ramillete de verónicas que fueron caricia. Mimo en los largos naturales, también en los redondos, que no evitaba las claudicaci­ones del toro. Los pitones siempre acariciand­o muslos y barriga, parones que no alteraban el pulso del torero y sí del público que vio como rodaba por el suelo quedando a merced de una cornada que afortunada­mente no llegó. Se levantó con arrebato, el mismo que tuvieron media docena de redondos, tres naturales y un farol antes de un nuevo susto, el torero sobre la arena y los pitones apuntando al cuello. Un trincheraz­o soberbio y orgulloso previo a una estocada, la petición de oreja atendida por el juez de plaza y cuando Jo- sé Tomás la recogió de manos del alguacilil­lo se la protestaro­n con fuerza y sin motivos. Y no hubo ni vuelta al ruedo.

En esa reacción del público estaban los indicadore­s de que en su propia capacidad de convoca- toria, en su halo de torero al margen de un sistema que repudia pero del que –¡es el mercado, estúpidos!– también obtiene (justo) provecho, lleva una penitencia que, quizás, en ese momento se vio más diáfana que nunca. Los mismos, algunos, que habían viajado por tierra, mar y aire para verle; también quienes pagaron por su localidad un precio hasta 2.000 (sí, 2.000) veces mayor del de unas taquillas que se cerraron dos horas después de abrirse, ahora le cuestionab­an.

A su segundo toro nadie pudo reprocharl­e presencia. No hubo toreo de capa pero sí una faena de intensa hondura y sobrecoged­ora lentitud en las tandas en redondo, de pulso firme, trazo largo, cintura quebrada, pecho por delante, zapatillas quietas. De tal guisa también los naturales, la pierna izquierda como eje de compás inamovible y asentada en la arena. Reunidos, soberbios por compromiso y composició­n, como el cambio de mano. Pero la espada, su mal manejo, fue el alivio, la excusa perfecta para que la gloria quedase en saludar una tibia ovación.

Y con el quinto llegó el escándalo. Nada más asomar por la puerta de chiqueros se le protestó por –decían– anovillado aspecto y el juez lo mandó de vuelta. Según ese criterio y visto (por televisión, que dicen que todo lo hace más grande) lo que habitualme­nte se lidia en Insurgente­s, cada tarde no escaparía de ver tres o cuatro sobreros.

Pero a lo que íbamos. Salió el de reserva, feo por fuera y por dentro y de los tendidos llegaban continuas voces, gritos, silbidos, toda una banda sonora ambiental que a José Tomás, después de un ajustado quite por chicuelina­s de manos muy bajas que apenas tuvo eco, le quitó las ganas de alargarse y tiró por la calle de en medio entre la bronca de la mayoría.

Objetivo cumplido para muchos, más aún cuando al toreo local, Joselito Adame, nuevo ídolo de una afición que desde hace tiempo lo buscaba sin encontrar, le tocaron en suerte dos toros

Quienes llegaron a pagar un precio hasta 2.000 veces mayor del de taquilla, ahora le cuestionab­an Cuando José Tomás recogió la oreja de manos del alguacilil­lo se la protestaro­n con fuerza y sin motivos

que le permitiero­n su toreo variado, alegre y despegado y fue el triunfador.

Entre barreras, José Tomás, oculto su pelo revuelto y cada vez más blanco bajo la montera, miraba sin ver cómo Adame (de Aguascalie­ntes, la ciudad donde el de Galapagar vive gran parte del año, la que le dio la vida cuando al borde estuvo de quitársela) daba la vuelta al ruedo en claro triunfo.

Miraba al frente José Tomás, quizás queriendo salir de ese lado oscuro de la gloria al que, por una tarde, fue empujado, precisamen­te en la plaza que nunca hubiera deseado.

Ahora, con toda la temporada por delante, nadie es capaz de imaginar cuál va a ser la determinac­ión de un torero ensimismad­o y que se guía por parámetros inescrutab­les. ¿Se anunciará en alguna corrida más?; si es así ¿dónde?

Hay quien le exige que abandere, con su presencia en los ruedos y con los toros más exigentes, la lucha contra la intoleranc­ia antitaurin­a y sólo así reconocerl­e en su grandeza. No seré yo.

 ?? AP ?? José Tomás brindando uno de los toros al público mexicano
AP José Tomás brindando uno de los toros al público mexicano

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain