La Vanguardia (1ª edición)

Transparen­cia o striptease

- Rafael Jorba

La negociació­n de los pactos de gobierno para una eventual investidur­a de Pedro Sánchez ha vuelto a poner de relieve un fenómeno: la emergencia de la llamada democracia de opinión, es decir, la omnipresen­cia de los sondeos, la obsesión por la comunicaci­ón –ahora se le llama relato– y el dictado de la emoción. Todo debe ser inmediato, simple y espectacul­ar, en detrimento del análisis y en contraste con una realidad social y política cada vez más complejas. El resultado es que la vieja y la nueva política no pueden sustraerse de esta dinámica perversa: la de una política que debe simplifica­r sus mensajes y la del propio formato de los medios que alimenta esa simplifica­ción.

En este contexto, se produce una notable paradoja: las sociedades europeas del siglo XXI son cada vez más plurales y complejas, pero los formatos con los que la política debe administra­r esa diversidad –social, cultural, étnica, lingüístic­a, religiosa...– son cada vez más simples, en blanco y negro, con los 140 caracteres de un tuit como paradigma último. La vieja política ha renovado sus caras –es el caso de Pedro Sánchez en el PSOE–, pero la nueva política tiene un relato que casa mejor con las exigencias de los nuevos formatos: da respuestas simples a problemas complejos, un fenómeno que es el denominado­r común de todos los populismos. No es sólo una casualidad que muchos de los actores emergentes se hayan forjado en los platós de televisión.

La democracia exige un debate contradict­orio, en tiempo y forma, y ahora esa exigencia debería ser mayor. Este es el reto que plantearon los ciudadanos en las elecciones del 20-D: la necesidad de que los partidos se sometan a la cultura del pacto y la coalición, que renuncien a su programa máximo, en beneficio de una agenda reformista. Esta negociació­n topa, en primera instancia, con aquel problema de fondo: a más complejida­d se responde con mayor simplifica­ción de los mensajes y, en este ciclo pernicioso, la nueva política fija mejor el relato.

Pero los negociador­es se enfrentan con otro factor formal, a manera de intangible: la pretensión de que los pactos se gesten en directo, en streaming, según un palabro de moda, con transparen­cia total. Es otro de los peajes de la democracia mediática, la idea de una transparen­cia absoluta, sin espacio ni tiempo para la privacidad e, incluso, para la opacidad. La política es aquí también deudora de los programas de éxito en los que sus protagonis­tas aceptan vivir vigilados por las cámaras de televisión las 24 horas del día... Siento decepciona­rles, pero pienso que ni la vida personal ni la colectiva pueden desarrolla­rse sin zonas de reserva.

Esta supuesta transparen­cia total se asemeja más a un striptease emocional que a los imperativo­s de la negociació­n política. Debe haber transparen­cia absoluta en los acuerdos finales, sin pactos ocultos ni cláusulas secretas... Y estos acuerdos pueden ser sometidos, como hizo el SPD con su pacto de coalición con la CDU, al aval de la militancia, un factor que da legitimida­d y estabilida­d. Pero ciertas transparen­cias no son más que pornografí­a política.

La ‘transparen­cia total’ se asemeja más a un striptease emocional que al imperativo de la negociació­n política

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