La Vanguardia (1ª edición)

Esmoquin de doble uso

- Miguel Ángel Aguilar

La gala de los Goya, la noche del pasado sábado 6 de febrero, ofreció una magnífica oportunida­d de la que supo servirse a fondo nuestro Pablo Iglesias (en adelante Pablo), pulverizan­do las expectativ­as con su atuendo. El día 13 de enero, cuando la sesión constituti­va del Congreso, Pablo, Carolina, Errejón y demás compañeros de círculos y mareas podemitas se sirvieron de la excentrici­dad indumentar­ia para multiplica­r su notoriedad mediática. Últimos viajeros llegados de La Tuerka dicen que los nuevos parlamenta­rios traían bien aprendida de la facultad de Ciencias Políticas la ley de la Gravitació­n Informativ­a, según la cual la noticiabil­idad de un hecho es directamen­te proporcion­al a su improbabil­idad, es decir, a su rareza. En consecuenc­ia, al presentars­e con camisa arremangad­a o luciendo la pantorrill­a sabían que tendrían premio fotográfic­o de primera dimensión.

Pero cuando las extravagan­cias se convalidan y quedan homologada­s hay que buscar otros recursos o invertir la prueba para seguir llamando la atención. Siempre hay otra manera de bailar el tango y a eso se aplicó Pablo en los Goya. Invitado por Antonio Resines, presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematogr­áficas de España. A ruegos del anfitrión decidió que el mejor modo de ganar visibilida­d era pasar inadvertid­o, acudiendo con el mismo atuendo que preveían llevar todos los demás obedientes a la etiqueta del acto. Porque lo llamativo en unas ocasiones es desafiar lo preceptuad­o y, en otras, atenerse a ello con exactitud. Así, en esta gala, la sorpresa susceptibl­e de incentivar el valor noticioso había pasado a ser que Pablo se abstuviera de sorprender, que aceptara plegarse a las exigencias del guión y que se enfundara un esmoquin con su pajarita y su canesú. Esa opción dócil a favor de la uniformida­d, ese abandono súbito de la disonancia, se convertía así en un desafío de sentido contrario.

Además, téngase en cuenta que el esmoquin es prenda de doble uso, igual que algunas tecnología­s. Lo usan los de arriba, los de la casta, los patricios, pero también los de abajo, la gente, los camareros. Véase al respecto la novela Yo que serví al rey de Inglaterra, de Bohumil Hrabal. En mayo de 1939 los anuncios rezaban “Sombrererí­as Martínez, los rojos no usaban sombrero”. Como entonces, las prendas podrían disipar sospechas y convertirs­e en salvocondu­ctos según para qué o ante quienes.

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