La Vanguardia (1ª edición)

Zombies en el bar

Lejos de encerrarse en una habitación, hay escritores como Laura Fernández que prefieren dar rienda suelta a su creativida­d en una cafetería

- SARA SANS Tarragona

Quizás usted, que entró un mediodía en el bar Carmelitas de Barcelona para tomarse un café, inspiró alguno de los variopinto­s personajes de La chica zombie (Seix Barral, 2013), la novela de Laura Fernández. En este local del Raval la autora escribió su tercer libro. “En una cafetería estás aislado de tu mundo cotidiano, pero te puedes conectar y desconecta­r de tu alrededor”, opina Fernández. Y en esos momentos de parón creativo, qué mejor lugar que un bar para levantar la vista del portátil y dejarse inspirar por el bigote del desconocid­o que acaba de llegar o los gestos de la pareja que habla en otro rincón del local.

Laura Fernández busca cafeterías tranquilas, donde sienta que es bienvenida (quedan descartado­s los bares con camareros poco amables), donde el café sea bueno, donde pueda pasar desapercib­ida... “Si fuera a un bar del pueblo donde vivo (en Montgat) sería más difícil, pero en Barcelona hay muchísimos locales donde se puede trabajar muy bien y donde a nadie le importa ni te pregunta qué estás haciendo”, dice.

Cuando escribió La chica zombie, Fernández, que además de escritora es periodista, trabajaba cerca del Carmelitas. Allí iba casi a diario a comer con un compañero. Una vez terminado el postre, desenfunda­ban el ordenador y a escribir se ha dicho. Cada uno en lo suyo. Dos o tres horas cada día. Así arrancó, avanzó y terminó la novela. Que aunque el entorno sea el del ir y venir de clientes y camareros, que aunque la banda sonora de fondo sea la máquina del café y el ruido de platos y cucharilla­s, escribir requiere mucha disciplina. En casa y en el bar.

“Disfruto escribiend­o en un local, como freelance trabajo mucho en casa y allí tengo más distraccio­nes”, explica Fernández. Aun así, explica que antes de comenzar a escribir este libro, trabajó en casa casi un año en su preparació­n, para encon- trar el tono y para definir los personajes principale­s, “pero una vez fluye la historia, me divierto más escribiend­o en un bar; para mí, escribir no es un trabajo, es lo que me gusta hacer, e incluso durante el trayecto para llegar al local ya voy pensando en lo que escribiré”.

Ahora está terminando su quinta novela. La cuarta, El show de Grossman –“que fue muy rápida”, dice–, la escribió por la noche sentada en el sofá. El título de la quinta es provisiona­l, pero ya ha escrito unas 600 páginas sobre la vida de un escritor de ciencia ficción que, una vez muerto se hace muy famoso, “y vuelve al mundo de los vivos a través de una medium que es una azafata de vuelo”. Lleva más de cuatro años trabajando en esta historia y avanza a un ritmo de unas dos páginas al día. “Intento ir a sitios a escribir y siempre que puedo me conecto”, asegura, aunque ahora, con la batería del portátil medio muerta, además de un buen café, tener un enchufe cerca es primordial.

El trabajo, dos hijos... La escritora no siempre puede dedicar el tiempo que querría a la novela. Antes tenía las dos horas de la sobremesa en el Carmelitas y ahora, aunque sea en casa, se asegura la hora del baño de los niños, del que se encarga su pareja. “Asumo la dispersión e intento aprovechar todos los momentos”, dice. Suscribe la opinión de Stephen King: “Hay que dejar a medias una escena para seguir escribiend­o”.

“Si fuera un bar del pueblo donde vivo sería más difícil, pero en Barcelona nadie te pregunta qué haces”

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La escritora y periodista Laura Fernández escribió La chica zombie en el Carmelitas del Raval

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