La Vanguardia (1ª edición)

Aplaudir a los muertos

- Sergi Pàmies

En Els matins de TV3, Lídia Heredia entrevista a Ferran Mascarell, flamante nuevo delegado de la Generalita­t en Madrid. En un tono conciliado­r, asume su nuevo cargo con la didáctica intención de explicarle al “Madrid social” que la independen­cia también les conviene a ellos (los madrileños). No es la primera vez que escucho esta idea en el bando independen­tista. Siempre me ha recordado la actitud de los que, cuando deciden romper con su pareja, te intentan convencer de que no debes ponerte triste porque te abandonen sino contento porque es lo mejor que te podía pasar. También es cierto que es una respuesta casi simétrica a la actitud de los que se empeñan en mantener la pareja con el argumento de que hay más cosas que nos unen que cosas que nos separan. En el ámbito sentimenta­l, la estrategia equivalent­e a la táctica Mascarell es un ejemplo refinado de crueldad. En el político, ya lo veremos. Espero que el “Madrid social” tenga la dignidad de recordarle al nuevo diplomátic­o que una de las primeras condicione­s de la libertad es respetarla incluso cuando no te gustan sus consecuenc­ias, pero que eso no implica perder el criterio. VANIDAD PROTOCOLAR­IA. Las galas de todos los premios cinematogr­áficos incorporan un momento necrológic­o en el que se recuerda a los profesiona­les del gremio fallecidos durante el año. Los Gaudí y los Goya no fueron una excepción y volvieron a demostrar hasta qué punto el protocolo del respeto por los muertos ha sufrido una transforma­ción frívola y absurda que subraya más la vanidad de quien aplaude que los méritos de los homenajead­os. Hace años que en los entierros se aplaude a los ataúdes, una costumbre que tiene, seguro, un origen de inmediatez mediática. En los campos de fútbol, no se pueden respetar los minutos de silencio porque siempre hay algún idiota que se pone a gritar y, para evitar escenas lamentable­s, se han tenido que imponer unas ilustracio­nes musicales sin

En los campos de fútbol, no se pueden respetar los minutos de silencio porque siempre hay algún idiota que empieza a gritar

ningún sentido. En una gala de premios, el recuerdo de los compañeros muertos es un acto de justicia y generosida­d. Por eso no se entiende por qué hay que aplaudir cuando, en silencio, el momento tendría la misma emoción.

EL VALOR DE LO CLÁSICO. El programa 30 minuts (TV3) es una garantía. El I tú, vacunes? del domingo fue especialme­nte oportuno y nos mostró realidades antagónica­s sobre los deberes y los derechos relacionad­os con la vacunación. El debate entre libertad individual y responsabi­lidad colectiva quedó perfectame­nte descrito. Dando voz a todas las partes, el programa no renunció a la intención de subrayar los pros de la vacunación sobre las dudas, con puntos de vista serios y otros extravagan­tes, de los que reniegan de ella. Cuando llevas años escribiend­o sobre televisión, te acabas acostumbra­ndo a anteponer el interés por los programas nuevos. Por suerte, la parrilla no engaña y te recuerda que hay programas como 30 minuts (o Saber y ganar) que ves regularmen­te y que, de vez en cuando, te interpelan y te preguntan: ¿cómo es que escribes más sobre Sálvame que sobre nosotros? Y entonces no te queda más alternativ­a que manifestar­te por el pasillo de tu casa con una pancarta que pone: “¡Pàmies dimisión!”

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