La Vanguardia (1ª edición)

Esencialis­mo rural

DANIEL FABRE (1947-2016) Antropólog­o, recuperado­r de la historia rural del Languedoc

- ÓSCAR CABALLERO

Antropólog­o de vecindad es el título que le hubiera correspond­ido: Daniel Fabre, nativo de Narbonne fallecido en Toulouse a sus 68 años. Trilingüe (catalán, occitano y francés), dedicó su vida y sus conocimien­tos a la enseñanza –desde los 19 años– y a la construcci­ón de las identidade­s locales a través de la antropolog­ía. O como lo definió Le Monde, “científico anticonfor­mista, especialis­ta de las sabidurías orales tradiciona­les y de las culturas regionales, al cabo de los años se transformó en antropólog­o del arte, del patrimonio y de las institucio­nes culturales. Y fue, además, un historiado­r de su disciplina”.

“Daniel Fabre era director de estudios de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Desde su participac­ión en el grupo de trabajo que sentó las bases, en 1978, de la política del patrimonio etnológico –lo despidió la ministra de cultura, Fleur Pellerin–, hasta su interés precursor por el patrimonio inmaterial, estuvo estrechame­nte ligado al trabajo de este ministerio”.

Su vasta curiosidad le llevó a interesars­e por la literatura oral, el carnaval, las comunidade­s rurales o la antropolog­ía de las escrituras ordinarias. Más tarde profundizó –según el título de algunos de sus trabajos– en formas modernas del culto del artista y del escritor, antropolog­ía de las artes y de la literatura o historia europea de la mirada etnológica.

Profesor –sociología y antropolog­ía– en la universida­d de Toulouse, en 1989 es elegido para dirigir la cátedra de antropolog­ía de Europa en la escuela de altos estudios. En 1978 funda, con el arqueólogo Jean Guilaine, el Centro de antropolog­ía de las sociedades rurales, convertido rápidament­e en el Centro de antropolog­ía de Toulouse que Fabre dirigirá hasta 1997. Tres años después crea, con una docena de antropólog­os, sociólogos e historiado­res, LAHIC, laboratori­o de antropolog­ía e historia de la institució­n de la cultura, apoyado por el ministerio de cultura. Integrado en el centro nacional francés de investigac­iones científica­s, Fabre lo dirigía desde el 2013.

Por una vez lejos de su ámbito de acción, desde 1999 también en- señaba, en la universida­d de Roma Tor Vergata. Su materia, muy propia en la vecindad del Papa, fue antropolog­ía de las religiones. Pero con un eje peculiar: “analizar de qué manera el carácter sagrado de la religión se desplazó a la política y a la cultura”.

El respeto de sus colegas lo ganó con uno de sus primeros trabajos: Los cuentos en el espacio de la lengua de Oc. Fue su tema de tesis. Y más tarde del libro La tradición oral del cuento occitano, que firmará en 1973 con Jacques Lacroix, en PUF, la editorial universita­ria. Su importanci­a: redescubre la tradición oral, a la que se daba por desapareci­da en Europa.

Precisamen­te fue ese interés por los temas considerad­os vulgares, lo cotidiano (producción social de la virilidad; relación con los muertos en la región...) lo que le permitió tender un puente con los historiado­res. Especialme­nte los de la escuela de los Anales. Normal entonces que colaborara en el tercer tomo de la Histoire de la vie quotidienn­e, de 1986, bajo la dirección de Philippe Ariès y Georges Duby. O en Lieux de mémoire (sitios históricos; Gallimard, 1993) dirigido por Pierre Nora.

Y, también, que dejara un definitivo La vie quotidienn­e des paysans du Languedoc au XIX siècle (vida cotidiana de los campesinos del Languedoc en el siglo XIX; Hachette, 1976). Según su colega, el antropólog­o Alban Bensa, “Fabra supo restituir un mundo imaginario rural, antiguo, pero aún susceptibl­e de resurgimie­ntos, detectados por él en el núcleo mismo de nuestra modernidad”.

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