La Vanguardia (1ª edición)

La espada de Damocles

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El miércoles, el president Puigdemont lamentó tener que aplicar su interpreta­ción del “mandato democrátic­o” de las elecciones catalanas “bajo la espada de Damocles” de las amenazas del Estado. El sábado, el columnista Antonio Baños escribió, haciendo referencia a los recortes que quiere volver a imponer Bruselas, que “las izquierdas que quieren gobernar España tienen una espada en la coronilla. Un Damocles que ya paró a los griegos”. Y ayer la alcaldesa Colau consideró que la huelga convocada por los trabajador­es de TMB para los días del Mobile World Congress era “una espada de Damocles” para poder sentarse en la mesa de negociació­n. Hace más de un siglo, Gustave Flaubert dejó apuntado “Espada: Sólo se conoce la de Damocles” en el Diccionari­o de ideas recibidas donde recopilaba los tópicos que la gente solía decir cuando quería resultar oportuna y amable. Las cosas han cambiado poco desde entonces. Pero si Damocles volviera del Hades, se sorprender­ía del uso que en el siglo XXI se hace de la anécdota con la que la tradición lo involucra.

La versión más detallada de esta anécdota la explica Cicerón en las Tusculanas para mostrar que, pese las apariencia­s, la vida de los tiranos es terribleme­nte desafortun­ada. Jenofonte ya había tratado la cuestión de si los tiranos pueden ser felices en el Hierón, donde el tirano de Siracusa que da nombre al diálogo mantenía que la suya es la peor de las vidas y Simónides, el poeta, argumenta-

No es tanto la metáfora de una amenaza como la del miedo que acobarda a quienes tienen el poder

ba que los tiranos pueden llegar a ser felices si se comportan justamente. Cicerón toma el mismo partido que Hierón y ejemplific­a su tesis con múltiples anécdotas relativas a otro tirano siciliano, Dionisio el Viejo, que gobernó Siracusa durante casi cuarenta años. Todas ilustran que el poder no garantiza el goce de las cosas que se desean. Sobre todo cuando, como los tiranos, se conquista con malas artes. Dionisio satisfizo su ambición de poder, pero acabó viviendo como un prisionero por temor a quienes lo rodeaban y a sus súbditos. Tenía el poder pero no osaba dejarse afeitar. Tenía los amantes que quería y un par de esposas muy deseables, pero no se podía acostar con ellos tranquilo. Incluso hizo excavar un ancho foso alrededor de su dormitorio para que sólo se pudiera acceder a través de una pasarela que él mismo retiraba cuando estaba dentro.

La anécdota de la espada de Damocles escenifica la manera como Dionisio vivía su situación. No es tanto la metáfora de una amenaza o de una imposición externa como la del miedo que acobarda a quienes tienen el poder y, por la manera como lo han conseguido o ejercido, viven su pérdida como un peligro. Damocles era un cortesano insoportab­le que siempre repetía que el tirano de Siracusa era el más afortunado de los hombres. Dionisio lo invitó a probar su vida. Le hizo tenderse en una cama de oro, envuelto de lujo y placeres. Y Damocles se sintió feliz hasta que Dionisio hizo colgar de una crin de caballo una espada sobre su cabeza. A partir de entonces fue incapaz de disfrutar de las riquezas y de los placeres que lo rodeaban y acabó pidiendo al tirano que lo dejara marchar.

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