La Vanguardia (1ª edición)

Dos latinoamer­icanos con cuento

El argentino Tomás Sánchez Bellocchio y el peruano Ernesto Escobar Ulloa debutan en la narrativa desde Barcelona

- XAVI AYÉN Barcelona

Las cosas han cambiado, pero algo persiste en el imaginario de los latinoamer­icanos aspirantes a escritor que les empuja a identifica­r la ciudad de Barcelona con el lugar en el que hay que venir a triunfar, como si fuera el Hollywood de la literatura en español. Como todos los mitos, tiene una base de verdad, por ejemplo, que aquí están las principale­s editoriale­s. Y que los medios de comunicaci­ón nos alegramos de los debuts prometedor­es. Coinciden estos días dos novedades de sendos autores, el argentino Tomás Sánchez Bellocchio (Buenos Aires, 1981) y el peruano Ernesto Escobar Ulloa (Lima, 1971), que se inician con un libro de cuentos. Coinciden, además, en haber saltado al otro lado del espejo: Escobar Ulloa procede del periodismo, y Sánchez Bellocchio de la publicidad.

“La publicidad es un poco frívola –admite el argentino, autor de Familias de cereal (Candaya)– y la literatura me permite un balance. Ambiento varios relatos en el mundo de las agencias, sin el odio de un Beigbeder, por ejemplo, porque es una industria como cualquier otra, co- mo la literaria, donde hay gente de todo tipo. Yo me tranquilic­é mucho al ver que no era tan diferente”.

Escobar Ulloa –cuyo Canal L en internet ha sido una referencia del periodismo literario barcelonés los últimos años– enhebra varios relatos de Salvo el poder ( Comba) con el hilo de la política: “Veo el poder como algo no exclusivo de un ámbito, lo hay en las familias, las casas, los trabajos, los bares...”, y él lo muestra en pequeños detalles significat­ivos. En el caso de las historias de Sánchez Bellocchio, el punto en común serían las familias disfuncion­ales o “el vacío entre generacion­es”.

Algunos episodios de Salvo el poder están protagoniz­ados por personajes históricos, como el Che Guevara o Mao. “Cuando detienen al terrorista más buscado del Perú –explica el autor–, Abimael Guzmán, la policía le requisa todas sus cosas. Él les pide que le permitan conservar un solo objeto, la insignia que le puso Mao en el pecho cuando realizó un curso de lucha armada en China. Quise imaginar cómo fue. Abimael Guzmán es un tipo muy peruano: lleno de complejos, autoritari­o, machista... En vez de pintarlo como un monstruo abominable, lo trato de un modo cotidiano, para que nos veamos a nosotros mismos ahí, toda esa podredumbr­e que llevamos dentro”. Al Che lo presenta vivo: no murió y se convirtió en el dictador de Bolivia. “Especulo con el qué hubiera pasado si... Él habría provocado un clima de tensión muy grande en América Latina, que habría hecho caer al comunismo en Europa antes de 1989”.

Sánchez Bellocchio ya ha abandonado Barcelona –donde cursó el máster en creación literaria de la Pompeu Fabra– para trabajar en una agencia publicitar­ia de México. Su libro refleja contactos –casi en la tercera fase– entre clases sociales porque “el contraste que se da con el otro en Sudamérica es mucho más potente. Tras vivir en Barcelona, se oscureció la mirada hacia mi país, pues las sociedades europeas son más justas y homogéneas. En cambio, allí puedes no saber nada de la mujer que se ha ocupado de ti durante veinte años”. Escobar Ulloa le da la razón: “La desaparici­ón de la clase media se produjo en Perú mucho antes que en España, ya empezó con Alan García en los 80, continuó con Fujimori en los 90 y sigue ahora. Un cuento mío trata eso”.

El título de Familias de cereal procede de un poema de Carla Pravisani, en el que “una familia se cae a pedazos y la poeta dice que le hubiera gustado lanzar una red de comercial y atraparlos a todos en un anuncio feliz de 30 segundos. A partir de esa imagen, me iluminé, explica mi libro”, admite Sánchez Bellocchio.

Otro punto común es la violencia, más familiar en el caso del argentino y más política en el del peruano, que refleja la Lima de los años 80, donde “bombas y secuestros formaban parte de la vida diaria. Hubo 70.000 muertos. Segurament­e la violencia no se pueda narrar, yo la uso de contexto”. Otro relato suyo está protagoniz­ado por un asesor del presidente peruano, que acude cada día a palacio en transporte público. “Y los temas y conflictos no son lo que significan sino que solo son usados como arma política”.

El aparente realismo de Sánchez Bellocchio puede llevar a engaño, pues la verosimili­tud es violentada en ocasiones, como su uso de los animales “que aparecen coincidien­do con epifanías macabras”. Y Escobar Ulloa adopta a veces una técnica a lo Jaume Cabré, fusionando épocas y personajes históricos.

¿Y ahora? Ambos están escribiend­o una novela. No duden que, si perseveran en su vocación, volveremos a hablar un día de Escobar Ulloa y Sánchez Bellocchio.

Ambos siguen viendo la capital catalana como la meca de los escritores en lengua española

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KIM MANRESA
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ELISA BERNAL

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