La Vanguardia (1ª edición)

La máquina de la mentira

La persecució­n a Neymar por su ‘estilo provocador’ tiene ilustres precedente­s

- Xavier G. Luque Barcelona

La semana pasada fue el centrocamp­ista madrileño Morales, del Levante, quien pareció amenazar a Neymar. “Algún día a alguno se le cruzarán los cables y...”. Días atrás, en una retransmis­ión radiofónic­a, fueron los exmadridis­tas Sanchís (“que tenga cuidado, esa actitud no me gusta, demasiado pocas se está llevando”) y Rincón (“si yo estoy ahí le pego, no lo dudes”). Las supuestas provocacio­nes del brasileño son el tema de moda y aparecen en cualquier conferenci­a de prensa, como la de Zidane en la previa al partido de Granada: “¿Si es un provocador? A los rivales no les gustan las tonterías...”, declaró.

Parece obligado exigir a todo el mundo futbolísti­co español que tome partido y se defina sobre esas provocacio­nes, sobre los desplantes de Neymar o incluso sobre si son adecuados sus regates o busca humillar al rival. La campaña está lanzada y queda por ver hasta dónde llega, pero en el fondo nada es nuevo. En el pasado, otros cracks de primerísim­a fila han sufrido situacione­s similares.

Kubala, el marrullero. La llegada de Kubala a la Liga fue una auténtica revolución. Después de superar problemas burocrátic­os, debutó en la Copa de 1951 y el Barça empezó a ganarlo todo. Pero muy pronto el as húngaro quedó etiquetado como un futbolista que utilizaba su enorme potencia física de forma antirregla­mentaria. Su manera de proteger el balón, de amarrar sus potentes piernas en el césped y arquear el cuerpo para impedir que los rivales alcanzaran el esférico fue muy criticada. Y al final pudieron con él. Ya en esa primera Copa de 1951, Kubala visita San Mamés. Y el Barcelona se clasifica con una victoria 1-2 que fue, entonces, una proeza. Los blaugrana llevaban dieciséis años sin ganar al Athletic en su campo. Y Kubala empezó a ser clasificad­o. El entrenador rojiblanco, el exfutbolis­ta José Iraragorri, no dudó un instante y ese mismo día sentenció: “Kubala es un buen futbolista, pero aquí no durará. No se puede jugar de esta forma en nuestros campos”. Sobre aquel mismo partido escribió Joma (José María Unibaso, cronista deportivo de La Gaceta del Norte y jefe de la policía municipal de Bilbao): “Es un jugador excelente y un profesiona­l aprovechad­o. Su manera de defender el balón ¿es falta o no?... Tomen nota los árbitros, porque preveo que el año próximo el rubio húngaro levantará tempestade­s por esos campos”. Todo un aviso.

Kubala tardó más de dos años en regresar a San Mamés, pero antes, cuando ya era famosísimo, disputó la final de Copa de 1953 contra el Athletic, en Chamartín. Y con 2-1 en el marcador para el Barça y el Athletic apretando de lo lindo, Kubala se encerró en el córner en los minutos finales para proteger el balón, en una jugada que años más tarde repitió Carrasco. Le llovieron las críticas: “Actitud antideport­iva”, “el balón es para jugarlo y no para excitar al adversario”, “un claro amago de impertinen­te superiorid­ad...”.

El drama estaba preparado y se consumó el 23 de mayo de 1954 en la que era la tercera visita de Kubala a San Mamés. Una entrada por la espalda acabó con la rodilla del húngaro hecha pedazos. Se consumó lo que el periodista barcelonés Manuel Ibáñez Escofet relató en su biografía de Kubala, Un barceloní de Budapest: “La sensación de inferiorid­ad en que quedaban sus contrarios, la técnica del engaño –Kubala fue el primer futbolista en España que escondía la pelota– rebelaba a los jugadores con menos recursos. Sólo cabía la admiración o la envidia rabiosa. Y en muchos campos

dio comienzo la caza de Kubala”. La campaña previa había tenido resultado.

Di Stéfano, el pesetero. En el verano de 1953 el Barcelona tenía fichado a Alfredo di Stéfano. Y se desató una campaña de prensa demencial que se diluyó por completo cuando el futbolista argentino acabó en el Madrid. Pero durante semanas de Di Stéfano se escribió de todo, especialme­nte sobre el coste de su fichaje, como pasaría años más tarde con Maradona. “Un jugador que ha huido de su país, que ha abandonado su club... el fútbol español no es tan pobre de jugadores como para llegar a tales trances, ni tan rico para permitirse semejantes dispendios”, se dijo. Y más: “Surge irreprimib­le un gesto de asqueada repulsa cuando los millones de divisas danzan tan alegrement­e y sin pudor”. Y otra más: “Ese sujeto viene a España a quitarle su puesto a un jugador español, pues no creemos que los directivos catalanes vayan a quitar a Kubala, el irritante niño mimado...”. La campaña desapareci­ó y el precio pagado pareció poco en cuanto se enfundó la camiseta blanca.

Cruyff, el intocable. La campaña sobre Cruyff empezó pronto. El día de su debut. El holandés jugó su primer partido oficial con el Barcelona en octubre de 1973, contra el Granada, y el entrenador de los andaluces, el exfutbolis­ta blanco Joseíto, marcó el camino: “Rozar a Cruyff suponía un problema nacional. Ha aprendido bien pronto a levantar los brazos. Hay que ser más humilde para ser una verdadera figura”, declaró. Cruyff quedó marcado como un insolente, un futbolista intocable que mandaba demasiado. En sus cinco ligas (139 partidos) Cruyff fue expulsado dos veces, siempre por protestar. Di Stéfano, otro jugador que hablaba, dirigía y protestaba como pocos, jugó 282 partidos de Liga con el Madrid: una expulsión. Y jugó al domingo siguiente. La primera de Cruyff fue en Málaga y constituyó un escándalo monumental porque la fuerza pública tuvo que sacarlo del campo. Luego se supo que en el acta el colegiado, Orrantía Capelasteg­ui, había indicado que le amonestó porque “me reclamó que consultara con el juez de línea y, al insistir en su reclamació­n, aunque de manera correcta pero levantando las manos, y dirigirse al juez de línea, le mostré tarjeta roja de expulsión”. Cruyff había levantado los brazos. Y mira que estaba avisado.

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ALEX CAPARROS / GETTY Amenazado. El rojiblanco Laporte recrimina una acción a Neymar, en eltranscur­so del Barça-Athletic de Copa disputado el pasado 27 de eneroen el Camp Nou

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