Vértigos
EN la política de este país nadie siente acrofobia, ese miedo a las alturas que sentía el personaje que interpretaba James Stewart en Vértigo , de Alfred Hitchcock. Se acerca el día sin retorno que debe llevar a los ciudadanos a unas nuevas elecciones y los dirigentes de los partidos parecen sentir la excitación de Susan Sarandon y Geena Davis en Thelma y Louise al darle gas a su Ford Thunderbird ante el precipicio de Arizona. Ya advertía Haruki Murakami que lo que para algunos es una distancia prudencial para otros puede ser un abismo.
El día 2, si el sentido común no lo resuelve, el Rey volverá a convocar elecciones. Felipe VI insistió en que buscará un acuerdo hasta el último minuto. Ayer se reunió con varios dirigentes políticos y hoy repetirá con el resto. Pero, curándose en salud, pidió moderación en las formas y austeridad en el gasto, en caso de que una nueva campaña sea irremediable. La renuncia de Artur Mas demuestra que todo es posible hasta el postrer instante, pero nadie apuesta ahora por una solución a la desesperada. Como cantaba Joan Manuel Serrat (Sinceramente tuyo), “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Y la única cosa cierta del actual momento es que dos no suman, como no sean PP y PSOE. Y entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez no hay distancia mesurable, sólo existen confines. Ni uno le llamó nunca, ni el otro estaba dispuesto a coger el teléfono. El día en que el socialista le adjetivó de “indecente” y el popular le calificó de “ruin y miserable” resultó evidente que no había Super Glue para unir lo que el debate televisivo había roto.
Una nueva convocatoria a las urnas es una pérdida de tiempo y de dinero. Las encuestas dan una foto fija del mapa electoral. A partir del 26-J no valdrán posturas y ocurrencias: habrá que buscar una salida, caiga quien caiga. Y algunas carreras políticas pueden acabar como Kim Novak en Vértigo, simplemente despeñadas.