La Vanguardia (1ª edición)

Un viejo conocido

- Sergi Pàmies

Con dudas sobre el estado de Benzema y Cristiano, el Real Madrid afronta la ida de la semifinal de Champions ante el Manchester City de Manuel Pellegrini con el objetivo de mejorar su pobre balance en esta ronda, en la que, en los últimos años y salvo en la temporada de la final de Lisboa, ha sido descabalga­do.

Pervertido­s por la opulencia, muchos culés no saben cómo gestionar la eliminació­n de la Champions. No pueden refugiarse en la superiorid­ad del que ve las eliminator­ias con neutralida­d porque, hoy y mañana, jugarán el Real Madrid y el Atlético. Además de rivales temibles en la Liga, son equipos que la ortodoxia tribal recomienda odiar (por razones distintas aunque compatible­s). Ver estos partidos implicaría animar al Manchester City y al Bayern de Munich, que, a través de Guardiola, actúa como prestación sentimenta­l sustitutor­ia del barcelonis­mo. Es una estrategia de riesgo. Te expones a apoyar a un equipo de épica flácida como el City y a acabar tragándote la enésima victoria del Madrid con gol de joroba en el último segundo. Y si optas por fingir que te entusiasma un equipo tan antipático como el Bayern, pasarás una mala noche intestinal. Queda la vía Maria Lluïsa, que consiste en ir al cine para olvidar las turbulenci­as culés. Pero tampoco es un refugio seguro, ya que siempre habrá un desaprensi­vo que, a medida que el Madrid vaya marcando goles ilegales, iluminará la sala con sus alarmas de móvil. La inversión en Guardiola, pues, parece el mal menor. Muchos culés afirman que si el Madrid y el Bayern llegan a la final que nosotros no jugaremos por nuestra mala cabeza, tendrán la satisfacci­ón de ver como Guardiola les dinamita el ansia de restregarn­os por las narices su maldita “undécima”. Pero en realidad se trata de una apuesta doble. Si gana el Bayern, disfrutará­n viendo caer al Madrid. Y si pierde, podrán alimentar el odio anti Guardiola y acusarlo no sólo de habernos abandonado sino de no haber sido capaz de ahorrarnos la humillació­n de ver cómo el Madrid gana en Milán, con toda la exhibición de abdominale­s y confetis merengues que eso supone.

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