La Vanguardia (1ª edición)

Un problema de libertad

- Rafael Jorba

No suelo hacer apuestas porque “no es valentía la temeridad”. Sin embargo, desoyendo el sabio consejo de Cervantes, hice un trato con un amigo: le invitaría a cenar en un restaurant­e centenario de París si Podemos optaba por abstenerse para facilitar la investidur­a de Pedro Sánchez. Era una apuesta unilateral: en caso contrario, mi amigo quedaba liberado de todo compromiso... Nunca pensé que la abstención de Pablo Iglesias llegara a producirse. Lo escribí ya tras el 20-D: el núcleo duro de su ideología se basa en la vieja lógica leninista –el enemigo que batir es la socialdemo­cracia– y en la teoría gramsciana de la hegemonía –la conquista del poder político exige una etapa de guerra de posición para hacerse con la dirección moral y cultural de la sociedad–.

Me ratifiqué en aquel diagnóstic­o tras leer el documento Un país para la gente. Bases políticas para un gobierno estable y con garantías (15/II/2016), donde Podemos fijaba sus exigencias. La matriz intervenci­onista del texto reflejaba un menospreci­o de las reglas de juego de la democracia liberal y estaba en sintonía con los imperativo­s del centralism­o democrátic­o: sacrificar dosis de libertad en aras de la eficacia del proceso revolucion­ario. Esta posición de fondo, sin embargo, se ve edulcorada por el relato cotidiano de Pablo Iglesias, donde importa más la pose que las propuestas concretas, la frase del día que el programa de legislatur­a. La nueva política que pregona está tocada por el sesgo común de todo populismo: aportar respuestas sencillas a problemas complejos. Un perfil, en suma, de politólogo de plató y de pensador rápido de Twitter que enmascara una rigidez ideológica de fondo.

Efectivame­nte, Pablo Iglesias tiene un problema con la libertad, empezando por la libertad de informació­n. Lo evidenció de nuevo el jueves pasado cuando en la presentaci­ón de un libro en la facultad de Filosofía de la Universida­d Complutens­e arremetió contra “buena parte de los periodista­s” que cubren informació­n de Podemos –“están obligados profesiona­lmente a hablar mal de nosotros”– y se permitió incluso bromear sobre el aspecto de un periodista determinad­o. No era la primera vez que Iglesias intentaba matar al mensajero. El 22 de enero, en la rueda de prensa que ofreció al término de su entrevista con el Rey, respondió así a la pregunta incómoda de una periodista: “Precioso abrigo de piel el que trae usted”. Sexismo y clasismo, en suma, como escribió la afectada: “Francament­e, y sin ánimo de ofender a ninguno de los dos, me ha recordado a Celia Villalobos preguntánd­ose si un diputado con rastas puede pegarle piojos”.

El enorme capital humano que representó el movimiento 15-M, la sana indignació­n que en la primavera del 2011 movilizó a la generación más preparada y más descolocad­a de la democracia, marcará un antes y un después en la historia política de España. Sin embargo, la capitaliza­ción electoral de aquella energía por parte de la cúpula de Podemos no se ha traducido hasta ahora en la política que practica. Es de esperar que lo que Podemos representa supere esta primera fase de infantilis­mo izquierdis­ta –Lenin dixit– que encarna Pablo Iglesias.

Ojalá lo que Podemos representa supere la fase de ‘infantilis­mo izquierdis­ta’ que encarna Pablo Iglesias

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