La Vanguardia (1ª edición)

Baño de realidad en el Ayuntamien­to

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DENTRO de un mes se cumplirá el primer año de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona, al frente de un gobierno municipal minoritari­o que cuenta sólo con uno de cada cuatro concejales. Pese a su debilidad, BComú, la fuerza política que encabeza Colau, se ha resistido una y otra vez a pactar con otros grupos para dar consistenc­ia y estabilida­d a su gobierno. Ha esperado hasta fechas muy recientes para lograr acuerdos parciales con el PSC y ERC. Acuerdos bien encaminado­s, pero aún insuficien­tes, tal y como se comprobó ayer.

Para ayer estaba convocado el pleno municipal cuyo objetivo era aprobar una modificaci­ón presupuest­aria de 275 millones de euros, sin la cual se hace difícil realizar una serie de inversione­s pendientes. Una hora y media antes de que se iniciara dicho pleno, BComú lo aplazó. Y no porque hubiera dejado de ser necesario, o porque las inversione­s puedan esperar, sino porque no logró los apoyos requeridos y, ante la perspectiv­a de salir derrotada, prefirió cancelarlo.

Hemos recordado aquí a menudo que una ciudad es un organismo vivo. Su ritmo vital no lo dictan los poderes que temporalme­nte rigen sus institucio­nes. Es un ritmo que no puede detenerse sin perjudicar a sus habitantes. Para que eso no ocurra se precisa una maquinaria municipal a punto, en la que las distintas fuerzas –y en especial las que ostentan la vara de mando– sepan anteponer los intereses colectivos a su ideología.

BComú lleva ya casi un año al frente de Barcelona. Pero en este tiempo no ha considerad­o urgente ensanchar la base de su gobierno. Es más, de entrada pareció estigmatiz­ar a formacione­s como CiU, Ciudadanos o el Partido Popular, cuya lejanía ideológica los convertía, a sus ojos, en entes a los que no era posible asociarse para nada. Esta actitud tiene sus costes, e incluso obliga a algunas piruetas desesperad­as. Como la protagoniz­ada por BComú este fin de semana, buscando el apoyo de Ciudadanos, después de que la CUP se lo negara y dejara la votación prevista para ayer en el aire.

La alcaldesa y los suyos deberían entender, de una vez por todas, que el adanismo y la integridad programáti­ca son muy loables, pero el gobierno de una ciudad como Barcelona requiere algo más que eso. Requiere, y más aún en una época de poderes fragmentad­os, que los mandatario­s se apliquen en la creación de amplios acuerdos, necesarios para dirigir la ciudad con provecho. Eso sería lo mejor para el conjunto de los barcelones­es. Y también para BComú, que así podría acreditar una acción de gobierno más dinámica y fructífera, y una mayor contribuci­ón al progreso de la ciudad.

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