La Vanguardia (1ª edición)

El señor verde y el señor rojo

- Quim Monzó

Durante los últimos lustros hemos asistido a la consolidac­ión de una especie de bípedo que, como caracterís­tica principal, tiene la de ir por la calle con los ojos fijos en el denominado teléfono inteligent­e. Son fáciles de detectar porque, cuando avanzan hacia ti, no levantan ni un instante la vista del aparato y, cuando prevés la colisión y te detienes ante ellos, a pocos centímetro­s del impacto te miran, chascan la lengua y con la mirada te reprochan que, a pesar de ir tú por tu derecha, no te hayas apartado para permitirle­s que continúen adelante sin tener que desviarse de su línea recta. Son los que vemos en vídeos captados por cámaras de seguridad de hoteles, caminando cerca de las piscinas sin dejar de watsapear hasta que de repente caen dentro de una porque no saben dónde ponen los pies. Son los que chocan contra las puertas de cristal transparen­te de algunas tiendas. Son los que, en el andén del metro, se ponen tan al límite que, impulsados por la urgencia de contestar un mensaje, pisan el vacío y caen a las vías. Son los que atraviesan las calles sin mirar a derecha ni a izquierda porque lo único que les interesa es lo que sale en la pantallita. Y entonces sucede que chocan con un ciclista o un motorista, o acaban bajo las ruedas de un coche, un autobús o un tranvía.

Como parece claro que estos memos no cambiarán de costumbres, las autoridade­s han decidido buscar un remedio. Consiste en colocar semáforos en el suelo. Para que puedan verlos sin tener que levantar la cabeza. La primera ciudad que los ha puesto es Colonia, en Renania del Norte. Visto el éxito, ahora se ha apuntado Augsburgo, en Baviera. De momento los instalan en cruces de tranvías, porque es conocida la afición de mucha gente a emular a Antoni Gaudí. Consisten en unas franjas de luces led rojas situadas junto a los raíles. Cuando se acerca un tranvía las luces parpadean. (En la autoescuel­a estudiamos, en el reglamento de circulació­n, que el semáforo es una señal vertical. Supongo que ahora dejará de serlo y pasará a ser ambiguo: vertical u horizontal, depende de los casos.) El Süddeutsch­e Zeitung, que es el que da la noticia, menciona los accidentes que ha habido los últimos tiempos. La mayoría con heridos pero también con resultados mortales. Menciona dos de estos. Uno, en agosto del año pasado, cuando en Witten, también en Renania del Norte, un chico de diecinueve años murió cuando atravesaba la vía mientras miraba el móvil y escuchaba música por los auriculare­s. El mes pasado fue en Munich: una chica de quince años murió porque también iba la mar de feliz mirando el móvil y escuchando música por los auriculare­s.

Debo confesarle­s que no dedicaría a esto muchos esfuerzos. Eso sí: a todos los que mueran por comportars­e así les concedería inmediatam­ente el premio Darwin, que desde hace treinta años se concede a las personas que contribuye­n a la evolución de la humanidad por excluirse del acervo genético de nuestra especie gracias a una muerte idiota. Laus Deo.

Los memos que caminan mirando al móvil no cambiarán: las autoridade­s salen en su ayuda

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