La Vanguardia (1ª edición)

El crepúsculo de la soberanía

- Fèlix Riera F. RIERA, editor

Los estados están siendo cuestionad­os por la corrupción, por la incapacida­d de transforma­r nuestras institucio­nes y por el auge de una tecnología que hace imposible un control efectivo de la identidad individual y colectiva. Hemos pasado de la aseveració­n “las institucio­nes importan” a preguntarn­os si las institucio­nes resultan útiles y responden al interés de los ciudadanos o sólo a sus propios intereses. Hemos constatado que la soberanía que reside en el pueblo es una abstracció­n en manos del Estado, cuando debería ser un mandato claro para plasmarla en leyes y políticas. Resulta paradójico ver cómo territorio­s reclaman su soberanía mientras sus institucio­nes se colapsan, no por falta de ella, sino por faltar a su función. Es paradójico que estados fuertes, como es el caso del territorio español, vean minada su soberanía por aquellos que deberían preservarl­a, debido a la corrupción. Tal es el deterioro del sistema, que las fantasías de la nueva política alcanzan para convencer a los ciudadanos de que es bueno todo cambio que nos venga. Los papeles de Panamá son el ejemplo que nos advierte del crepúsculo de la soberanía, al hacernos visible que el gobierno responsabl­e defendido por las democracia­s liberales se ha convertido en irresponsa­ble.

Este pesimista diagnóstic­o no es el resultado de un estado de ánimo, sino el resultado del análisis de una serie de estudiosos del comportami­ento político y sus institucio­nes, como son Francis Fukuyama, Jared Diamond o Amartya Sen. Cada uno en su campo advierte del peligro de no renovar las institucio­nes democrátic­as con el fin de evitar su incapacida­d para reflejar los cambios que vive la sociedad. Un escenario que aflora en el deficiente equilibrio institucio­nal en el que estamos instalados. En el caso español, la lucha por disputarse las competenci­as políticas, la gestión de la crisis financiera o la imposibili­dad de alcanzar un acuerdo para hacer posible la gobernabil­idad del Estado, nos sitúa en manos de los que piensan que la mejor política es una permanente desautoriz­ación de nuestras institucio­nes. Ante esta perspectiv­a se hace urgente restablece­r la legitimida­d de nuestras institucio­nes con fuerzas políticas dispuestas a asumir compromiso­s, y acuerdos. Partidos capaces de pasar de las reyertas familiares a hacer política para los ciudadanos.

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