Adiós al erotismo de autor
Esto se veía venir. El Gran Hermano –su móvil, el mío– y la proliferación de cámaras de seguridad –un día de estos tengo que fijarme en la sala 1 del cine Verdi– están acabando con el erotismo de autor.
A ver, pareja: yo entiendo que les excite ser vistos. Pero ¿en la estación del metro de Liceu? Si lo que querían –y así se desprende de las imágenes– es un “aquí te pillo, aquí te mato”, espero que les caiga una multa ejemplar (ahora resulta que entre miles de ordenanzas no hay ninguna ad hoc). Lo que han hecho no tiene ningún valor erótico para la marca Barcelona y la prueba es que el muy semental se frena, incapaz de consumar la faena y si reanuda esta con un taurino metisaca será por una apuesta o por no quedar mal (en este caso ser mujer es muy descansado). Hay que admitir que la paradinha da emoción y encoge al espectador, las cosas como son.
Hoy es un día triste para el erotismo en general y el voyeurismo en particular. Estos placeres no se consuman en una estación de metro con estética de Drugstore tronado ni con urgencias propias de un portal. La vía pública –red de transporte incluido– no está hecha para fornicios atléticos, está para juegos, insinuaciones y complicidades. Ver y ser vistos es un clásico y no hay que ponerse dramáticos pero a este polvo le sobra vulgaridad y le falta perversión refinada.