Un Mozart pasado por agua
Se ha contado con un equipo de cantantes muy competentes, encabezado por el tenor Gregory Kunde
Crisis o no, el Palau de les Arts Reina Sofia sigue ocupando su lugar puntero en las iniciativas operísticas de gran vuelo, y lo ha certificado una vez más con este inmenso Idomeneo, re di Creta, que si en Munich cambió la suerte del compositor y le permitió romper definitivamente con su vida gris en Salzburgo, en Valencia David Livermore lo ha puesto en marcha en la confianza de causar un impacto operístico de primer nivel en el historial hasta ahora glorioso del Palau de les Arts. No es un título fácil, y además no se han ahorrado medios para darle todo el relieve que tiene, incluyendo el ballet (una de las pocas aportaciones del compositor a este género).
Se ha contado con un equipo de cantantes muy competentes, encabezado por el tenor Gregory Kunde en el papel central (recordamos que este fue el único papel mozartiano que cantó en su tiempo Luciano Pavarotti). El cambio en el orden de las intervenciones de los cantantes hizo que su gran aria Fuor del mar fuera situada justo al final de la primera parte, permitiendo que la gran escena acabara con una ovación merecida. En los otros papeles, la calidad también fue indiscutible, empezando por el magnífico Idamante (la primera versión era para castrato) cantado por Monica Bacelli, y siguiendo con la refinada Ilia interpretada por la brasileña Lina Mendes, con arias intensas y emotivas, mientras la intemperante Eletra (que se podría considerar la primera soprano spinto de la historia) la cantó con creciente intensidad la soprano valenciana Carmen Romeu, que causó un gran impacto en la última aria D'Oreste, D'Ajace (que en el estreno de 1781 parece que no se llegó a cantar). Contribuyeron al éxito tres cantantes del Centro Plácido Domingo: el tenor Emmanuel Faraldo, que con una voz atractiva hizo el noble papel de Arbace, el bajo Michael Borth de bastante impacto como Sumo Sacerdote y Alejandro López en la voz del Oracle. Fabio Biondi llevó la orquesta con una gran capacidad interpretativa, dando a Mozart lo que es de Mozart, y a los espectadores una confortable versión de la partitura. La producción de David Livermore con que se nos ha ofrecido la obra insistía quizás demasiado en las proyecciones “marítimas”: grandes olas, casi a nivel de tsunami, además de agua en el escenario, hasta un 70% del mismo. De acuerdo que Creta es una isla, que Idomeneu llega en una conflictiva navegación de la que se salva haciendo una promesa a Neptuno que no cumple, pero las tres horas buenas del espectáculo acuático acaban cansando y además las imágenes se van repitiendo. Las escenas de ballet fastidiaban también un poco, con las eficaces bailarinas chapoteando todo el rato en las aguas. Pero no se tiene que negar el valor de David Livermore de enfrentarse con una ópera tan difícil que él trata de hacer llegar a los sectores poco operísticos del público valenciano, y ya se sabe que, como decimos aquí, “qui no arrisca no pisca”.