Lecciones de ‘Borgen’
ESPAÑA no es Borgen, la serie danesa donde alguien que ha perdido las elecciones acaba convertida en primera ministra. Pedro Sánchez lo intentó, pero cuando había cerrado un pacto con Ciudadanos, no consiguió la abstención de Podemos. En estas, Mariano Rajoy, como cantaba Ana Belén de la Puerta de Alcalá, ahí ha estado viendo pasar el tiempo. El líder socialista intentó un movimiento de audacia que le permitió emerger en la derrota; el dirigente popular prefirió la quietud de quien sabe que en la vida también se gana por resistencia propia o agotamiento del contrario. Rajoy leyó el resultado de las elecciones e intentó ir a una segunda vuelta contando con la fidelidad de su electorado y la presumible subida de la abstención de la clientela ajena. Y el 26-J por la noche ya se verá los escaños que le faltan y cómo se gobierna: lo que parece claro es que ya nadie podrá silbar. Se acabó mirar hacia otro lado.
El Rey cerró ayer la ronda de consultas para explorar si aún había alguna posibilidad de encargar la formación de gobierno. El desenlace parecía cantado, pero en el último instante la coalición valenciana Compromís presentó el llamado acuerdo del Prado, treinta medidas que ofreció al PSOE que podrían arrastrar a Podemos. El PSOE contrarrestó con la oferta de un gobierno en solitario con independientes, si bien al final nadie pareció tener ganas de alcanzar un pacto.
En la política española existe un exceso de tacticismo, que va a tener su castigo en las próximas elecciones. Son muchos los ciudadanos molestos por la incapacidad de sus representantes de entender lo que habían dicho las urnas. Fiódor Dostoyevski escribió que, después de un fracaso, los planes mejor elaborados parecen absurdos. Felipe VI escuchó más reproches que propuestas. Una frase del inicio de un capítulo de Borgen, atribuida a Jefferson, podría alimentar la moral colectiva en esta hora: “Me gustan más los sueños de futuro que la historia del pasado”.