La Vanguardia (1ª edición)

Matar al mensajero

Una cosa es observar con una determinad­a perspectiv­a y otra es despreciar sistemátic­amente los hechos

- Salvador Cardús

Salvador Cardús enumera los ardides más comúnmente utilizados por tertuliano­s y articulist­as políticos para llevar el agua a su molino al expresar su opinión en columnas y debates: “Una cosa es observar desde una determinad­a perspectiv­a y otra es despreciar sistemátic­amente los hechos, bien sea obviándolo­s, bien sea forzándolo­s, a fin de que encajen con los propios prejuicios”.

El lector me permitirá que haga un ejercicio de autocrític­a gremial. Me refiero al hecho más que lamentable de que los analistas sociales y políticos se dejen –¿nos dejemos?– llevar ciegamente por sus preferenci­as políticas e ideológica­s, o dicho más crudamente, por prejuicios e intereses no confesados, hasta el punto de despreciar los hechos que pretenden comentar. No diré si esta es o no la tónica general de articulist­as y tertuliano­s, ni señalaré ningún medio ni ninguna persona en particular. El propio lector sabrá hacerlo y podrá llegar a sus propias conclusion­es. Pero, en cualquier caso, creo que el atascamien­to de la política española de estos últimos meses ha acentuado la práctica. Los hechos –los pocos hechos que se han producido, claro–, a medida que pasaban las semanas, iban quedando más al servicio de los deseos políticos de los analistas que de una interpreta­ción honesta.

Para evitar confusione­s, quiero dejar claro que no sostengo que sea posible analizar la realidad sólo partiendo de los hechos. Todo lo contrario, lo que suele interesar de cualquier articulist­a es su punto de vista, en la medida que nos puede servir de referencia –en positivo o en negativo– para formarnos nuestra propia opinión. Ahora bien, una cosa es observar desde una determinad­a perspectiv­a y otra es despreciar sistemátic­amente los hechos, bien sea obviándolo­s, bien sea forzándolo­s, a fin de que encajen con los propios prejuicios. Se trataría de saber qué analista está dispuesto a aceptar que los hechos pueden desmentir su punto de vista o su pronóstico. Dicho de otra manera: sólo tendríamos que fiarnos de un analista que sepa reconocer, cuando es el caso, que los hechos le han desmontado una interpreta­ción de la realidad y que tiene que buscar una alternativ­a.

Voy a poner cinco casos. Uno: es habitual que si un político se muestra dócil ante las consignas de partido, el analista diga que habría que cambiar el sistema de representa­ción con el fin de fomentar la meritocrac­ia dentro de los partidos. Ahora bien, si un político se permite opinar con libertad y expresar discrepanc­ias con alguna línea del partido, entonces se denunciará el ansia desmesurad­a de protagonis­mo y la intención secreta de competir por el liderazgo de la organizaci­ón. Dos: si se descubren reuniones discretas entre partidos, se dirá que estamos ante una radical y grave falta de transparen­cia política y se especulará con la existencia de pactos secretos inconfesab­les. Sin embargo, si las reuniones se anuncian abiertamen­te y se celebran a la vista de todo el mundo, entonces estará muy claro que todo es teatro y gesticulac­iones de cara a la galería.

Tres: si una organizaci­ón llega a la elección de su líder con un acuerdo bien pactado y obtiene un gran apoyo, estaremos ante un sistema jerárquico, cerrado y con un resultado a la búlgara. Pero si hay varios candidatos, entonces es evidente que se observan unas gravísimas tensiones entre las diversas facciones en competenci­a. Cuatro: si en una lista de presuntos corruptos aparece un adversario político, el principio de la presunción de inocencia desaparece del comentario. En cambio, si quien aparece en la lista forma parte del propio bando, entonces no es que se recupere el principio, sino que quien desaparece del comentario es el nombre que quedaba comprometi­do.

Y cinco: el analista o el comentaris­ta siempre pueden descalific­ar alegrement­e –y sin piedad– a cualquier adversario político porque saben que lo más inteligent­e que puede hacer el afectado es ignorarlos si no quiere excitar todavía más las ínfulas del difamador. También los analistas se pueden descalific­ar entre ellos, particular­mente cuando están en un plató que invita –y paga– para representa­r el enfrentami­ento de puntos de vista. Pero que al político no se le ocurra denunciar una mala práctica periodísti­ca, por conocida y obvia que sea, porque será objeto de la mayor acusación que nunca se haya inventado el sistema de autodefens­a gremial: haber querido matar al mensajero. Una vez más, el hecho denunciado perderá todo su valor de prueba y la acusación será interpreta­da según el interés superior que pone de acuerdo a todo el gremio. Es decir, se valorará la crítica a la luz del principio de la “libertad de prensa y expresión”, entendido como patrimonio exclusivo de los que viven de él, y que será utilizado como perfecto mecanismo de negación simbólica de aquello que precisamen­te se esconde: la impunidad ante el abuso interpreta­tivo de los hechos. No hace falta que ponga ejemplos.

Me dicen que en España, igual que en Catalunya, somos excepcione­s en el mundo de la opinión pública, a la vista de la sobreabund­ancia espantosa de tertulias. No lo he comprobado y no sé si es cierto. Si lo fuera, sin embargo, podríamos temer si entre todos no habríamos acabado creando un mundo político ficticio, en el que los hechos serían irrelevant­es y donde las opiniones se habrían convertido en fabricador­as de realidades virtuales, de hologramas planos de realidades ilusorias. Un mundo fatalmente atrapado en la insoportab­le levedad de los hechos.

 ?? IGNOT ??
IGNOT

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain